Persiste en los pueblos y ciertas colonias de El Salvador, esa población económicamente activa en el sector informal que se gana el sustento con la venta ambulante y el especial, el pregón. Poco reconocido es el rol de red social pre-Facebook que se establece con los habitantes de las viviendas a lo largo de años de contacto. No es el tema de mi artículo de hoy, pero aprovecho para hacer un homenaje a esos pequeños héroes anónimos de nuestras ciudades; ya que, sí, por un lado, los pregoneros nos ofrecen servicios de puerta en puerta y nos proponen pan, quesadillas, tamales, tortillas, atol, empanadas, fruta, medicinas, queso e incluso por encargo, carne, cada uno con su cante particular, su entonación, su día y hora de paso, también nos traen noticias de la ciudad o nos procuran indirectamente otros servicios, todo esto sin movernos de casa.
Estos vendedores conocen los rincones de la ciudad y a sus habitantes y caminan diariamente muchos kilómetros proponiendo sus productos o servicios y establecen pequeñas conversaciones con los dueños de las viviendas, trayendo y llevando noticias entre vecinos y en más de alguna ocasión, ante el silencio de algún vecino dan la voz de alarma, porque es conocido que un pregonero no se va de la puerta hasta que no escucha un claro: “No, gracias”. Más de algún vecino cuya familia vive fuera del país ha salvado la vida de esta forma.
Dicho esto, hago referencia a un pregonero zapatero remendón, de oficio compostura de zapatos, a quien conocí en los años 60. Era un hombre de unos 35 años, de apariencia totalmente corriente, pero llamaba la atención principalmente por su facilidad de palabra y personalidad que lo hacía destacar entre tantos otros pregoneros. Este zapatero comenzó proponiendo sus servicios de puerta en puerta en el barrio San Miguelito, hasta que un día logró “conquistar” una esquina y establecerse en un puesto fijo en el cual empezó a recibir encargo. Se tomaba muy en serio el oficio que el destino le había puesto por delante, y entonces cuando llegaba un cliente, procedía a examinar con cuidado los zapatos en cuestión, daba un “diagnóstico”, proponía una solución al problema, anunciaba solemnemente el coste de sus servicios y una fecha de entrega del trabajo. Y hay que decir que tenía por costumbre no permitir regateos y a la vez cumplir con la fecha de entrega, sin falta. Eso le permitió crearse una buena clientela siempre satisfecha de su trabajo.
Un día advertí que había colgado un pequeño cartel en cartón en el que, con muchas faltas de ortografía, que decía más o menos lo siguiente: “si hago algo malo, dígamelo a mí y si hago algo bien, dígaselo a los otros”. En ese momento mensaje me hizo sonreír, pero luego esa sonrisa se convirtió en reflexión y luego en admiración debido a la humildad del mensaje y la vez el deseo de mejorar en su oficio; ya que, estaba dispuesto a escuchar críticas sobre su trabajo con voluntad de mejora, pero como segunda intención más oculta, de invitar a su clientela a hacerle una publicidad totalmente gratuita. El agradecimiento en su caso tenía que demostrarse en forma de promoción publicitaria, pero sobre la base de resultados comprobados.
Este es el tipo de ejemplos es a retener y a aplicar en la vida, como dicen los campesinos, que “está como para agarrar semilla”, con prudencia táctica y astucia estratégica.
• Lic. En Biología por la Universidad de El Salvador. Tomeore32@gmail.com
