“Por mi parte puedo decir que entre más pienso en ello, menos me explico el destino de la mujer fuera de la familia y del hogar”. Esta afirmación s-e-x-i-s-t-a emana del revolucionario y filósofo francés, Pierre Proudhon, quien, junto con Bakunin, es uno de los padres del anarquismo. Proudhon afirmó esto, precisamente cuando el movimiento feminista comenzó a germinar, en el siglo XIX. Si el padre del anarquismo era sexista, qué me queda a mí, un simple huraño mortal, que prefiere el rumor del mar al ruido industrial de las ciudades.

Anteayer, reflexionaba sobre el #8M, el auge del feminismo y la reivindicación social, política y económica de las mujeres dentro de una cultura básicamente patriarcal, sobre todo pensando en las mujeres de mi familia: mis tres maravillosas hijas, mis nietas, tías, primas y demás, entonces me pregunté: ¿Qué tan sexista y antifeminista soy?

Mi primer paso, para intentar encontrar una respuesta honesta y profunda, fue tratar de entender claramente el concepto y definición de sexismo. Según la RAE, sexismo es la “discriminación de las personas por razón de sexo”. Este término se amplía en el uso de la lengua española a conceptos como “discriminación sexual” e incluso a “discriminación de género”.

Basado en la definición de sexismo, la pregunta siguiente fue: ¿Cómo mido mis niveles de “sexismo”, con métricas que puedan reflejar en una forma realista esos niveles? Soy médico salubrista e investigador, por ende, acostumbrado a métricas e indicadores, preferencialmente por supuesto de enfermedades infecciosas, pero no ajeno del todo a los procesos de medición. Persiguiendo estos procesos me di a la tarea de investigar métodos de medición para responder a la pregunta planteada con anterioridad.

En un artículo publicado, recientemente en el American Journal of Polítical Science, por Eva Anduiza y Guillén Rico, catedráticos de la Universidad Autónoma de Barcelona, se plantea que el sexismo moderno, en el contexto del actual momento feminista, presenta una tendencia hacia el incremento. El sexismo moderno está caracterizado principalmente por la oposición a las demandas feministas. Esta actitud está basada en la creencia de que las mujeres ya no son objeto de discriminación, por lo que toda política o acción feminista sería innecesaria. Para medir los niveles de sexismo, Anduiza y Rico utilizaron básicamente tres variables: aceptación o no de la existencia de una desigualdad entre el género masculino y femenino; rechazo hacia las protestas y marchas de mujeres ante la desigualdad; y rechazo hacia las políticas que intentan corregir la desigualdad entre hombres y mujeres.

Todos los estudios recientes demuestran y documentan que persisten marcadas disparidades de género en los ámbitos económico y político. Aunque se han producido algunos avances a lo largo de las décadas, las mujeres en el mercado laboral siguen ganando de media un 20 % menos que los hombres en todo el mundo. En 2021, sólo el 25 % de todos los parlamentarios nacionales eran mujeres, un lento aumento desde el 11,3 % de 1995. Estoy consciente de semejantes disparidades de género. Es más, en la práctica de mi trabajo profesional, siempre he incluido un enfoque de género para tratar de paliar esta inequidad en las comunidades del mundo en desarrollo donde he trabajado, comprendiendo que el empoderamiento económico y político de la mujer era un sine qua non para alcanzar un pleno estado de salud. En lo personal, siempre he apoyado las marchas de mujeres en todo el mundo, incluso hasta llegar a una participación, como en el 2017, en Washington D.C. Mis artículos, en este periódico y otros, cuando me ha tocado escribir sobre los derechos reproductivos y sexuales de la mujer en El Salvador, me han llevado a recibir el mote de “abortista” por algunas personas radicales de extrema derecha.

Nacer y crecer en un país y sociedad fundamentalmente machista, y además en el seno de una familia tradicionalmente patriarcal, ha tenido un impacto fuerte en mi identidad como persona y ser humano. Existen hábitos y tipos de pensamiento tan profundamente arraigados que requieren de mucho trabajo para poderlos cambiar. Todo cambio es duro y requiere de una constante evolución. Y es una discusión abierta, transparente y constructiva la que nuestra sociedad requiere para poder seguir evolucionando al punto que ningún macho se exprese de las feministas como: “putas ninfómanas”.