Toda forma de violencia es repudiable y progresiva. Un grito lleva a otro grito más fuerte y todo golpe lleva a otro golpe con dolor cargado de rencor. El antídoto de la violencia es la tolerancia que es la suma de comprensión y empatía para el bien vivir. No hay causa que justifique como consecuencia el uso de la violencia física o psicológica, más aún si esta es contra la mujer. A lo largo de la historia la mujer siempre ha sido vista como persona de “segunda categoría”, cuyos derechos están supeditados a los del hombre, no obstante que cada nación tiene cuerpos de leyes que buscan proteger a la mujer en su fortaleza física y en su dignidad. Los derechos de la mujer son iguales a los derechos del hombre y por ende deben tener iguales condiciones de vida y similares oportunidades de desarrollo personal y colectivo.

En nuestro país, culturalmente un país de tradición machista, la violencia contra las mujeres se ejercita a diario, con demasiada cotidianidad, a tal punto que parece parte de la normalidad social. así tenemos casi a diario violaciones sexuales, violencia intrafamiliar, feminicidios, amenazas, expresiones de violencia contra la mujer y otros hechos delictivos donde ellas son las víctimas por el simple hecho de ser mujeres.

En 2019 mis estudiantes de cátedra realizaron una encuesta a escala nacional sobre la visión de los hombres respecto a las leyes que protegen a las mujeres. Uno de los resultados fue que en la zona rural las expresiones de violencia son percibidas como normales porque “el hombre tiene derecho a gritar si es necesario para que la mujer entienda”, lo cual lo atribuían a que era él quien abastecía el hogar. En ese sentido emborracharse los fines de semana era una especie de compensación por la ardua tarea laboral.

También se concluyó que la mal llamada hombría alcanzaba para entender que en cuanto a las relaciones sexuales es el hombre el que debe llevar la batuta en modo, lugar y tiempo. Lo peor fue que esto era socialmente aceptado por las mismas mujeres, especialmente las amas de casa que, ellas mismas, no ven como trabajo el cuidar a los hijos y hacer los oficios del lugar, aunque eso sea un gasto de energía y una enorme responsabilidad.

En aquella encuesta se conoció que muchas mujeres, especialmente en el campo, en comunidades marginales y en el interior del país, desconocían que estaban protegidas por leyes y que existían instituciones idóneas a las cuales ellas podían acudir en busca de apoyo, asesoría y auxilio. Muchos hombres también desconocían que con su actuación estaban cometiendo delitos. A partir de los resultados elaboramos una estrategia de difusión de los derechos de la mujer, que luego entregamos a un par de instituciones, que seguramente las engavetaron o no le dieron importancia porque era propuesta de “estudiantes universitarios”, por cierto, todos profesionales estudiantes de una maestría.

En fin, la violencia contra la mujer es un cáncer que se requiere erradicar desde diferentes aristas. Es falso que la Biblia fomente el machismo o la desprotección de la mujer, así como es falso que el hombre sea superior a la mujer. Como seres humanos somos un cumulo existencial de sentimientos, conocimientos y pensamiento en constante transformación. La inteligencia y las capacidades se pueden desarrollar en todos, sin importar el sexo. Los rasgos de liderazgo son homogéneos en toda la raza humana, sin importar el orden genético. Para la naturaleza, hombres y mujeres solo tenemos diferencias fisiológicas en cuanto al aparato reproductor, por lo demás somos iguales en cuanto a derechos y por tanto nos merecemos iguales oportunidades de desarrollo en todos los sentidos.

Ninguna mujer debe permitir que le griten palabras ofensivas, que la maltraten o menosprecien por su simple condición de ser mujer, mucho menos debe permitir alguna forma de violencia física o psicológica. Desde luego, antes que emprender una demanda o denuncia, debe agotar los mecanismos de comunicación. Las mujeres deben saber que existen, en el país, muchas instituciones donde pueden denunciar cualquier tipo de maltrato o violencia. Las mujeres tienen prohibido callar la violencia hacia ellas. Callar es una forma de otorgar permiso para ser violentada.

La violencia, que puede comenzar con un simple grito o una broma de mal gusto, sigue su curso y llega a los golpes hasta terminar en hechos graves como los feminicidios. Un informe del Observatorio de Violencia de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (ORMUSA) señala que hasta el mes pasado el 48 por ciento de los feminicidios fueron cometidos por parejas o exparejas de las víctimas. Probablemente muchos de esos feminicidios comenzaron con gritos de pareja, luego golpes hasta llegar a las fatales consecuencias, las cuales ya no tienen retorno.

Desde el año 2000 cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Violencia contra las Mujeres, fecha designada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) con la finalidad de denunciar la violencia que se ejerce hacia las mujeres, sensibilizar a la población y exigir políticas de Estado a efecto de erradicar esa práctica a nivel mundial.

El sábado pasado cuando se conmemoraba esa fecha, para muchos desapercibida o inexistente, un hombre fue capturado en la periferia capitalina acusado de expresiones de violencia contra la mujer, después que, bajo los efectos de bebidas embriagantes, golpeara y expresara palabras denigrantes contra su compañera de vida. Esta mujer dio un gran paso al denunciar a su agresor, porque con ello probablemente salvó su vida y lleva tranquilidad a los suyos.
Mujeres denuncien... recuerden el axioma: “No quiero sentirme valiente cuando salga a la calle, quiero sentirme libre” y una forma de sentirse libre es vivir sin violencia hacia ustedes, por dignidad, por la familia, por amor, por la sociedad, por la patria.