Hay que prepararse para volar, o si quieren para ascender en bienestar, atmósfera integradora que debe partirse y compartirse a golpe de voluntad, que es como se engendra savia. Realmente, necesitamos crecer hacia ese porvenir que nos hermane, no pecar de ignorancia, saber advertirnos y salvaguardarnos para salir de nuestras miserias. En esto, como en todo, la corrección es fundamental para tomar lección de los aconteceres y mejorarlos. Sin duda, todo comienza por uno mismo. Tenemos que empezar por querernos; lo que conlleva ampliar las ventanas por las cuales nos miramos y nos vemos, pero también es vital promover una actitud solidaria a lo largo de nuestros pasos por la vida. Por otra parte, impulsar el entusiasmo por un mundo distinto, es el mejor plan de futuro, lo que requiere no sólo de un aprendizaje intelectual, sino también de una formación pedagógica en valores. Precisamente, el cultivo de la personalidad injertado a los abecedarios de unidad, nos hará enmendarnos y ser artífices de una nueva humanidad, en rápida transformación y en continuo cambio de actitudes, con entrenamiento de la percepción para madurar.

Indudablemente, lo significativo es no desfallecer en valor para poder regar los desiertos humanos, con el cultivo de otro espíritu más tolerante. Con razón se dice, se comenta y hasta se pregona, que abriendo sedes educativas se cerrarán centros penitenciarios. Debieran, pues, los diversos Estados adoptar acciones específicas para ofrecer una crianza integradora a los niños y un adiestramiento permanente para todos. Desde luego, la mejor cátedra viviente es aquella que rompe cadenas; y, en este sentido, la enseñanza es la defensa más poderosa contra el legado racista de la esclavitud, que aún es visible en las persistentes disparidades de riqueza, ingresos, salud, escuelas y oportunidades. Sin embargo, y gracias al fomento del espíritu creativo, podemos concienciarnos sobre los peligros causados por las ideas erróneas de supremacía y tener una mayor sensibilidad con esas gentes abandonadas, a las que nadie suele prestar atención alguna. Requerimos, justamente, oírnos más y escucharnos mejor, que es lo que realmente mejora la convivencia. Lo armónico, en suma, todo lo concilia y reconcilia.

Por ello, es importante infundir conocimientos y compartir habilidades, saber usar bien nuestros sapiencias, que han de servirnos para atendernos y entendernos, comprender y reencontrarnos. Quizás los programas educativos deban responder a una capacitación, que fomente los verdaderos valores humanos dentro de una perspectiva intercultural, con marcada orientación universal, que es lo que en realidad nos embellece. Evidentemente, una educación como factor de libertad, no será exitosa, mientras no inspire a crear prácticas que nos hagan florecer el campo de los días, bajo la mística de la sonrisa y el pulso de la poética esperanza. De este modo, unidos, podremos aprender unos de otros en términos de vínculos sociales y ánimo cooperante; cuestión que favorece el conocimiento mutuo a través de una confrontación serena, permitiendo proyectar juntos el futuro. Esta forma concreta de superar el miedo entre análogos constituye realmente un paso decisivo hacia la concordia en la sociedad. Al fin y al cabo, la sabiduría distintiva no es la que se cultiva de mente a mente, sino de corazón a corazón.

Sea como fuere, entiendo, que el objeto de la disciplina es vital para regirse uno mismo; sobre todo para aprender a discernir, moderando el alma y sosegando el intelecto ante las dificultades del camino, lo que nos demanda a contribuir en la formación de una sociedad más acogedora. Por consiguiente, la didáctica hay que priorizarla porque es un derecho humano, un bien público y una responsabilidad colectiva. Ahora bien, únicamente un diálogo sincero, en el que los ciudadanos se desvelen en la búsqueda de lo auténtico, puede propiciar un verdadero consenso, con la consabida aceptación humilde y alcance, de que todo se centre en la persona, con actividades de asistencia y civismo como camino, la colaboración mutua como diario existencial y el conocimiento recíproco como método y criterio de actuación. Considero, pues, que esta es nuestra obligación responsable, modelarse y agitar la vida, pero dejarla natural para que se despliegue de hogar en hogar. En cualquier caso, rechazo toda violencia en la instrucción de un ser tierno que se adiestra para la decencia. Con un despertar digno y un transitar saludable, vivimos. Hagámoslo.