Tres causas inmediatas, latentes en el electorado estadounidense fueron definitorias en el contundente triunfo del candidato republicano, Donald Trump, en las elecciones del pasado 20 de enero del corriente año.

En esta oportunidad no hubo duda, reconteo o señalamientos. No solo ganó de manera inequívoca en el Colegio Electoral (una extraña formula que data de 1785, mediante la cual se conjuga el voto directo, con el voto de los parlamentarios), sino en el voto popular.

Muchos y concienzudos análisis se han hecho y podrían hacerse aún más sobre las causas que generaron tal fenómeno, a pesar de haber estado rodeado de varias causas judiciales, en muchas de las cuales fue declarado culpable antes del día de la votación.

Este circunstancia tan particular solo se ha visto recientemente en Hugo Chavéz en 1998 y en Nayib Bukele en el 2019. No obstante el de Chávez, para los efectos comparativos, tuvo la debilidad que ese año la abstención del electorado rozó el 69%.

Contrario el caso del Presidente Bukele que su primera elección la ganó por sobre el 53.3% de la totalidad del electorado y su segunda presidencia (2024) la obtuvo con el 84.65%.

Fueron tres procesos diferentes con causas diferentes, pero latentes y apremiantes cada una de ellas, en la psiquis de sus respectivos pueblos o naciones.

En el caso que nos ocupa, el de los Estados Unidos (por diversas circunstancias he sido testigo presencial en cada uno de esos tres procesos) con toda certeza al margen de otras motivaciones particularizadas, podríamos situar las más apremiantes y emotivas fueron: 1) la inmigración, 2) la presión de imponer el wokismo y 3) el hecho económico.

La inmigración desbordada e incontrolable se estaba haciendo sentir en los Estados Unidos de una manera negativa. Ese espectáculo continuo de la frontera sur del país de una muchedumbre cada vez más voluminosa de migrantes presionando traspasar la frontera de manera legal o no, se hizo alarmante en el todo social, desde Florida hasta Nueva York.

Pronto se llegó a no diferenciar la inmigración por causas políticas a la inmigración errante por las calles y suburbios de las ciudades, que hizo resentir al ciudadano común. Si a ello agregamos los continuos delitos graves cometidos por a todas luces indocumentados y no controlados por las autoridades, se fue conformando un patrón de opinión de rechazo a la inmigración, generalizándose sin distingos, el desorden, el crimen, la vagancia con el extranjero, sin mayores diferenciaciones.

Solo se sentía que un número mayor de violaciones, robos, asesinatos, infracciones de todo tipo se encontraban unidas a la presencia cada vez mayor de inmigrantes (hispanoamericanos, africanos, haitianos y hasta del Medio Oriente). Sí, se sentía cierto prejuicio racial, era obvio en las expresiones públicas y privadas.

En ese fenómeno se coló la inmigración inducida proveniente de Venezuela y Cuba particularmente, a través de bandas criminales politizadas (el Tren de Aragua, por ejemplo), cuyo objetivo irrefutable fue la de crear caos y desestabilización en la sociedad estadounidense. Invadirla desde abajo, aprovechando las debilidades del sistema (un poco lo que hizo el integrismo islámico en Europa, pero más brutal).

A ello se agrega un creciente malestar en el ámbito laboral, puesto que muchos, casi todos los inmigrantes indocumentados aceptaban salarios por debajo de los mínimos, en detrimento de quienes se encontraron en desventaja al tener la carga de la declaración del impuesto sobre la renta y el pago del seguro social.

2) la cultura Woke se fue imponiendo en Los estados Unidos de una manera inaceptable, incluso entre quienes tradicionalmente han estado involucrados en la defensa de los derechos humanos. La negritud, el feminismo, la preferencia sexual entre otras expresiones en y de la sociedad estadounidense, se fue desplazando hacia la imposición al todo social, mimetizándose con tendencias antidemocráticas y posturas políticas excluyentes relacionadas antiguamente con el marxismo. Lo observado en las universidades estadounidense de mayor prestigio mundial es simplemente inaceptable, presagiaba la involución cultural, y la destrucción de los Estados Unidos de América.

Fenómeno que no es exclusivo de ese país, España por ejemplo, a través del Podemos, antiguamente dirigido por Pablo Iglesias, y el PSOE de hoy dirigido por Zapatero y Pedro Sánchez han desatado una guerra cultural sostenida en conceptos y valores que enfrentan la esencia de los valores y cultura de Occidente, basados en la cultura y valores de la civilización judeocristiana.

Por otra parte el feminismo militante que intenta sustituir el matriarcado de signo contrario al patriarcado, ha llegado a zonas francamente insostenibles; como la libre elección del sexo diferente al cual se nació, en un proceso denominado de transexualidad. Donde el sexo no lo define el nacimiento sino la elección posterior del concebido; incluso elección dejada al criterio de un menor de edad.

Ya no se trata de la aceptación del otro en su sexualidad, sino cambiar el sexo del femenino al masculino o viceversa mediante tratamiento hormonal. Esto ha llevado al caso que un hombre que ha decidido ser mujer, exige competir deportivamente con una mujer nacida mujer.

Estas posturas no fueron aceptadas por el todo social, y fueron relacionadas con el Partido Demócrata, su candidata y sus parlamentarios.

Finalmente, el hecho económico. Que bien ha podido ser consecuencia del orden mundial desestabilizado por las guerras focalizadas en Eurasia (Rusia/Ucrania) y el Medio Oriente (Palestina-Israel), al contraerse los mercados y encarecerse el vital combustible basado en los hidrocarburos, se hizo sentir en el consumidor de la clase media; aunque la economía en general de los Estados Unidos se encontraba estable, pero encareciéndose.

El miedo o la precaución del electorado que una administración demócrata fuere a profundizar la desestabilización, un modo de vida, una seguridad existencial, ante aventuras ideológicas no compartidas por el todo social, culminó en la necesaria inclinación hacia la protección de valores tradicionales dispuestos a evolucionar, pero no a erradicarlos o sustituirlos por aventuras o pretensiones ideologizadas, una vez extinguida la oferta comunista o castrista.