Qué interesante es ver, leer, informarse y, sobre todo, en esta época, que gracias a lo que han dado en llamar “streaming”, o sea, flujo continuo de video -si se me permite inventar una definición- podemos encontrar gran cantidad de documentales que, en otras épocas, serían prohibidos, limitados, inalcanzables.

Me encantó encontrar uno sobre Donald Trump, una de las calamidades políticas más tristes y patéticas del planeta, no solo por ser un payaso mentiroso, sino, además, con la agravante catastrófica (solo comparable a un agujero negro en el universo) de haber sido presidente de la potencia más importante de la Tierra.

Hay más potencias, pero ninguna supera aún –por diferentes ámbitos de influencia- a los Estados Unidos. Lo que me motiva a escribir sobre este sujeto no es por su vida en sí, que al final de cuentas, es su vida, sino por las consecuencias infecciosas inoculadas por sus discursos incendiarios y por su seudodoctrina antojadiza contra la democracia de la nación del Norte que, a pesar de todas sus calamidades éticas, sigue siendo un faro que nos guía en cantidad enorme de temas.

En primer lugar, Donald Trump es un mentiroso compulsivo. Ha tratado de venderle al mundo que es un empresario de la construcción sumamente exitoso, y que todo lo que toca se vuelve oro, y no es cierto. Lo que sí hay que reconocerle es que supo hacer creer eso a la gente y convertir su apellido en un marca exitosa...aunque no lo fuera.

Trump no es un constructor inmobiliario, no es ni siquiera un exitoso corredor de bienes raíces, lo que vende son globos hermosos llenos de helio que flote y alucine, pero simplemente eso: materia inconsistente, volátil y perdidiza. O sea, por encima de él, hay muchos más empresarios en La Gran Manzana, que lo superan con creces. Solo que Trump hace bulla.

Por decirles un par de casos, en uno de sus emprendimientos mobiliarios más caros, “Trump So Ho”, terminó perdiendo tanto dinero que los dueños son otros, de hecho, en la isla hay 14 edificios que llevan su apellido...pero solo cuatro le pertenecen a él. Vende la marca, pero no vende buenos condominios.

Esa genialidad de hacer su nombre una marca (apareció en anuncios de McDonald’s, de Burger King, en programas de entrevistas a montón, en la película “Mi pobre angelito”, etc., hasta en Los Simpsons) lo utilizó también para que bautizaran edificios en otros países.

El problema es que para esos fines se alió con políticos y empresarios reconocidos como corruptos. A él esas nimiedades no le importaban. Lo importante era el dinero.

Y con respecto a sus fracasos: engañó a medio mundo para crear el casino más grande del mundo, El Taj Majal en Atlantic City, el cuál fue un fracaso, dejó a muchos de sus proveedores o subcontratistas sin pago, y quebró.

Si todo aquello fuera poco, también es un delincuente, un estafador. Creó “Trump University”. ¿Se puede ser tan temerario?: en el planeta Trump sí. Vendió la idea de que por internet podía dar clases de emprendedurismo en el área de bienes raíces, y cobraba la bicoca de treinta y cinco mil dólares por alumno, pero al final, después de llenarlos de cursos y papeles inservibles, la universidad desapareció. Era una de sus muchas iniciativas empresariales fallidas. Tuvo que conciliar con los afectados pagando una indemnización colectiva de 25 millones de dólares.

Es un difamador sucio, vulgar, y eso lo vimos en su campaña contra Hilary Clinton, contra la cual aleccionó a millones de personas que creían en él, todo, cualquier cosa que dijera, y se convirtió en una enfermedad mental nacional: “Pensar como Trump”.

¿Por qué hablar de Trump? Porque aún amenaza la democracia. Aún su demagogia barata, pero incisiva, cala en la gran potencia del mundo (70 mm votaron por él) y, porque, así como él, sin ninguna ética, sin ninguna experiencia real en política, un empresario caprichoso y mimado, tenemos en El Salvador... otro Trump.