Por un instante nos quedamos pensativos, es cuando nuestra mente se nubla e inicia a recordar lo que era nuestro refugio, nuestro hogar, nuestra familia.
Cuando una palabra o una expresión hace recordar aquel refugio, en donde creciste con tus hermanos, en donde sonreías, en donde, a pesar de las vicisitudes, existía hermandad y amor.
Las cosas cambian y cada quien se irá del refugio en donde creció; cada quien hará su propia vida y formará su propio hogar. Así como dice Jesús Adrián Romero.
En tiempos de alegría, en tiempos de fiestas navideñas, tu mente se echa a recordar los buenos momentos. Entre la alegría de los abrazos, en la mesa puesta con ricos manjares o con una humilde gastronomía, recordarás cuando vivías en aquel refugio.
Entre la alegría de la cohetería, la fusión de abrazos y los brindis de año nuevo, tus ojos se mezclan con lágrimas, la que te emanan por recordar tu refugio. Tu piel se pone de gallina, tu corazón palpita y te acuerdas de tu madre, la cual estuvo siempre a tu lado. Te acuerdas de los pleitos y juegos con tus hermanos.
Te acuerdas de tu padre, aunque se la pasaba trabajando, nunca falló para llevar el sustento diario al hogar. En la época navideña te recuerdas de tus seres amados.
El migrante arriba a los aeropuertos para ir a compartir alegrías, anécdotas y recuerdos con sus familiares. El refugio quizá sea otro; sin embargo, el compartir con sus seres amados le hará vivir.
En el pueblo más de alguien dice —te acordás de Juan, era pobre, ¡mirá, ahora en donde vive! Ahora Juan tiene un mejor refugio, gracias al trabajo y dedicación, pero lo más importante es que nunca perdió la humildad.
Los dulces y tristes recuerdas vienen a quedarse en cada hogar, en donde cada ser humano hace una retrospección de lo bueno y malo hecho durante el año.
Cada quien tiene su refugio: humilde u ostentoso, en donde vio caminar por primera vez a su hijo, en donde se desveló hasta con velas para estudiar y hacer las tareas de la escuela.
En diciembre, el calendario anuncia la Natividad de Jesús. La pólvora, las luces de los árboles, los nacimientos y muchas cosas; nos hacen sentir más generosos, sin embargo, muchos se olvidan de los que no tienen refugio.
A veces observo a un indigente por la calle Arce. Siempre le acompañan perros, los cuales le son fieles. Le cuidan de las malas personas durante las frías noches. Un ser humano cuyo único refugio es un techo prestado (duerme debajo de un puente), el cual sabe que no le pertenece. Su única preocupación es ir a conseguir el alimento diario para él y para sus perros. ¿Es feliz al no tener un refugio en donde vivir?
Mientras tanto, en cada hogar, la víspera de Navidad se tiene a los familiares y amigos reunidos, cada quien hace una oración y recuerda a los que ya no están físicamente; a los que se adelantaron, pero nunca los olvidarán.
El calor familiar hace que el refugio navideño se sienta más nostálgico y lleno de amor y fraternidad. En vacaciones, algunos añoran el refugio de su trabajo; quizá, porque se sintieron mejor. No olvidemos el refugio en donde nació Jesús, un humilde pesebre, ese fue su primer refugio.
De repente, alguien toca la puerta, es el niño del barrio que no tiene hogar, que nada más desea un pedazo de pan para compartir en su soledad. Dios quiera que miles de personas que adolecen de un refugio, puedan algún día compartir junto con sus seres amados un refugio de amor.
Fidel López Eguizábal, docente investigador Universidad Francisco Gavidia
flopez@ufg.edu.sv