Desde su hospitalización en el Hospital Gemelli de Roma donde fue ingresado de urgencia por una afección respiratoria que le perseguía desde su juventud, se presentó el inevitable desenlace de su muerte sesenta y tres días después de su ingreso.

Joven, con apenas una veintena de años, había perdido una cuarta parte de su pulmón derecho debido a una grave infección que ameritó una operación de urgencia. Eso fue en su ciudad natal de Buenos Aires cuando aún estaba en el seminario.

Cuando el pasado domingo de Gloria le llevaron al balcón para su salutación Urbi et Orbi, a duras penas se le pudo escuchar su entrecortada y apagada voz. Pero allí estaba, sentado en su silla de ruedas; sabía que era la última vez que se asomaría a ese balcón, y no podía faltar a su última cita. A fin de cuenta para ello había sido elegido por el Espíritu Santo.

Ya no está entre nosotros, recibiendo a todos de aquí, allá o acullá, imitando a Cristo, como lo aconsejaba Thomas de Kempis por allá en el siglo XV, en un devocionario de alta circulación en su momento; o el propio San Francisco de Asís, cuyo nombre escogió Jorge Mario Bergoglio para ejercer su papado, y con el murió.

Cada Papa de nuestra era, ha marcado su ministerio con la impronta que ha movido los pilares de la Iglesia consciente del cambio epocal, interpretando el signo de los tiempos, tal como aconsejaba el Señor a sus discípulos. León XIII con su Rerum Novarum, Juan XXIII con su Concilio Vaticano II, Paulo Sexto con su Populorum Progressio, Juan Pablo II con su Humanae Vitae y su Laborem Exercem entre 14 que nos dejó; Bendicto XVI con Deus caritas est y Caritas in veritate. Francisco fue prolifero en sus escritos desde su apostolado como Arzobispo, Cardenal y como Papa recordamos sus encíclicas Lumen Fidei y Laudato si.

Su apostolado y humanidad, sus errores y aciertos, pero sobre todo su fe en Cristo, el significado de su muerte y la trascendencia de su resurrección que conlleva la vida, el volver a nacer es el legado que nos deja. Su compromiso con los débiles, los menores, el recibir a todos en su seno sin juzgar, con el solo “vete y no peques más” despertó pasiones a favor y en contra de su apostolado.

Le acusaron de peronista, y lo fue. Se afilió a la Juventud con Perón, cuando Perón asumió el poder por segunda vez, que logró entre otros aciertos, detener el movimiento comunista que amenazaba por asumir el poder en Argentina. Luego cada uno siguió su vida y su historia. ¿Kirchnerista? No, fue obvio que no, el primer Kirchner, Alberto, le veto, se le enfrentó cuando el Arzobispo de Buenos Aires, nuestro Papa Francisco, aún era Jorge Mario Bergoglio, por sus señalamientos y desaciertos descontrolados en beneficio de un proyecto ajeno al bien general argentino.

Cristina tampoco le fue cercana, fue dura con él, le ignoraba y no guardaba sus enconos contra el Arzobispo que ya denunciaba la corrupción generalizada y su exclusión. Claro cuando fue designado Papa, fue la primera en sacar la bandera de la paz, y no se cansó de solictar citas en el Vaticano. Allí fue recibida, pero nunca más Francisco regresó a su natal Argentina.

Fue un Papa de su tiempo que debió luchar, enfrentarse a los múltiples intereses y desviaciones de la Curia romana; al propio tiempo que asumió el propósito de aplicar lo decidido en el Concilio Vaticano Segundo convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y concluido por el Papa Paulo VI en 1965, pero que los intereses internos, ignorancia, comodidades, y el disfrute del poder, impidieron su aplicación.

Francisco tiene en su haber la sencillez, su compromiso y vivencia con la Palabra de Jesús transmitida por los ápostoles. Tuvo la entereza de evidenciar la corrupción moral y material de sacerdotes, obispos y cardenales. Hizo visible y tomó decisiones ante los abusos sexuales, maltratos y pedofilia sacados y abusos de poder de hombres de la Iglesia.

Convocó al sínodo sobre la sinolidad, hoy ya en implementación, que horizontaliza la relación entre sacerdotes y fieles; persiguió y castigó la corrupción. Suspendió de sus funciones cardenalicias y abrió juicio civil y eclesiástico a dos Cardenales. Hoy impedidos por suerte divina, de integrar el conclave que eligirá al Nuevo Papa, al peruano Juan Luis Cipriani por abuso sexual y al Cardenal italiano Angelo Bacciu suspendido y enjuiciado por malversación y corrupción.

A esa realidad eclesial, al ejercicio de los intereses del poder terrenal que ocasionó la renuncia de un Papa, y quizá el asesinato de otro, fue que decidió Francisco enfrentar, para regresar a la esencia del pensamiento y la práctica cristiana.

Fue difícil iniciar el desmantelamiento de una práctica que se fue instalando desde la Edad Media, cuando comenzamos a ejercer el poder terrenal y nos acostumbramos; sin mucha diferencia con lo que hoy hace el integrismo islámico en Afganistán, Irán, Palestina, Francia o Italia.

La muerte del Papa Francisco abre la incógnita sobre lo que vendrá. Sus reformas y estilo son muy difícil de desmantelar y regresar a la vieja práctica y dogmas eclesiales; pero igual, continuarlas y profundizarlas, dada la lucha de intereses que se enfrentarán en el Cónclave que se iniciará el próximo siete de mayo, no pareciere que será el caso.

Por ahora se observan tres tendencias: 1) el grupo por continuar y profundizar las reformas, 2) el grupo conservador que intentará continuarlas pero con prudencia y menor premura, y 3) el grupo reaccionario que intentará echar al olvido o ignorar las actualizaciones y reformas iniciadas por Francisco.

Conociendo la naturaleza humana, la segunda tendencia debería ser la que se imponga en la votación final. Y allí hay un Cardenal de origen italiano quien fuere muy cercano a Francisco, que podría ser el elegido.