La disolución de la Unión Soviética fue anunciada oficialmente por Mijail Gorvachov el 21 de diciembre de 1991. Anuncio que fuere precedido por otro hecho histórico de trascendencia universal, la Caída del Muro de Berlín, el 19 de noviembre de 1989. En realidad sucumbieron 70 años de historia del dominio de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ejercido de manera imperial y colonizadora sobre numerosos países europeos, africanos, asiáticos, y en el propio continente americano, al cual pertenecemos.

Esta colonización se realizó de la manera más tradicional e implacable como lo hicieron, con sus variantes, todos los imperios conocidos hasta ese entonces. Desde el persa, el babilónico, el romano, el macedonio, el inglés, el español, el otomano, y aún los menores como el belga, el francés, portugués o el japonés.
Los hubo civilizadores, es decir, aquellos que dejaron tras de sí cultura, filosofías, estructuras, avances, como el romano y el español. Los otros, fueron meramente depredadores, extractores de riquezas, dominios geopolíticos y siempre de paso; diferenciando el colonizador del colonizado, aun cuando el colonizado o vasallo se asumiere mimetizado con el colonizador. Nada nuevo.

El imperio soviético trajo consigo una filosofía y modelo de vida sustentado en la existencia del Estado como ductor de la vida y muerte del ciudadano, quien debió sacrificar su libertad en función de un fin superior que es lo colectivo igualitario, basado en el estatismo como modelo económico. Complejo el asunto, porque las tesis marxistas al analizar las causas de las desigualdades sociales de aquel entonces, y proponer el bienestar del hombre sujeto al derrumbe de la propiedad privada de los bienes de producción, captaba de inmediato la simpatía de la clase asalariada sometida y explotada ante la ausencia de leyes y entes reguladores del valor social del trabajo.

De modo que el marxismo se convirtió en una religión impuesta e integrista decidido a conducir al mundo al paraíso de la felicidad con su modelo socioeconómico. Y se derrumbó luego de 70 años de existencia, dejando tras de sí millones de muertos, torturados, desaparecidos, ignorados, desterrados, hambreados como hizo Mao con el Gran Salto, Pol Pot en Camboya y Stalin con su Holodomor, u Holocausto ucraniano (1932-34) al resistirse esa nación a la colectivización de sus tierras. Genocidio como el que hoy, de nuevo, este pequeño émulo de Stalin llamado Vladimir Putin, realiza con fría crueldad calculada contra los descendientes de aquellos que murieron por la hambruna provocada.

Simplemente el comunismo se vació de sí mismo. Bastaron dos palabras, dos propósitos irrefutables: “perestroika” y “glasnot” (reestructuración económica y transparencia) en palabras de Gorbachov, para que se desatara el derecho natural del hombre a la libertad. Quedaron viudas y viudos, huérfanos ideológicos regados por todo el orbe cuando se vació de contenido la oferta del “hombre nuevo”, el marxismo, y la lucha armada para acceder al poder. Y los irredentos, nihilistas, amorales, inadaptados, huérfanos del aparato del estado o del partido, resentidos por cualquier origen que luego de una larga espera porque no fue “el fin de la historia” como visualizó Francis Fukuyama en 1992 (”El fin de la Historia y el último hombre”), arremetieron contra los valores de la cultura occidental creando una nueva ideología y postura amoral y destructiva.

Frente a la legitima y continúa lucha de las democracias liberales contra la discriminación por sexo, etnia, origen, preferencia sexual (gays, lesbianas, bisexuales, transgénero), religión, o cualquier otra, originaron primero el LGTB, luego ampliado al LGTBQT, la ideología de género, el feminismo radical Femme (patriarcado a la inversa), la fragmentación nacional, el indigenismo, y la búsqueda del poder con dudosas alianzas a su nueva razón de ser. Feministas con regímenes islamistas, exmarxistas con oligarcas, capitalistas y con el crimen internacional organizado (traficantes de drogas, armas, personas, lavado de dinero, autócratas y dictadores de cualquier pelaje). El inframundo, como lo denominaron los griegos.

No estamos frente a la antigua lucha de democracia vs. comunismo, sino de valores inherentes a lo humano decantados por milenios de existencia civilizatoria y, quienes intentan sustituirlos en la nada. Pero no dudemos que la humanidad superará con creces, las actuales arremetidas del nihilismo existencial.