Vargas Llosa describió a San Salvador como una ciudad enclavada al pie de un volcán, marcada por los contrastes sociales y sitiada por el miedo. En los barrios de la clase alta, las camionetas blindadas simbolizaban el poder y el temor. En el centro y las zonas rurales, los desplazados y campesinos vivían atrapados entre la represión del Ejército y los abusos de la guerrilla.

Roberto d'Abuisson, fundador del partido Arena y acusado de haber sido el autor intelectual del asesinato de Monseñor Romero.
D’Aubuisson, la figura de la derecha
Durante su visita, Vargas Llosa conversó con el candidato de la extrema derecha, el mayor Roberto d’Aubuisson, a quien describió como “joven, agresivo y con ínfulas de playboy”.La crónica relata cómo el líder de Arena rechazaba cualquier posibilidad de negociación con la guerrilla y negaba la existencia de los escuadrones de la muerte, a pesar de las denuncias del Arzobispado y organizaciones de derechos humanos.
"En la noche del 9 de marzo vi un mitin de Arena en la zona rosa de San Benito, aglomeración de restaurantes, bares y discotecas que surgió allí cuando la violencia política volvió peligroso el centro de la ciudad. Abundaban las chicas bonitas y las señoras elegantes, cantando con fervor: "Comunistas, criminales / con instintos de animales / han matado, han violado, / a la patria han arruinado. / Tiemblen, tiemblen, comunistas", escribió Vargas Llosa.
“La última bala es para mí”, le dijo D’Aubuisson al escritor, en referencia a su decisión de no dejarse capturar con vida.
Según Vargas Llosa, "Miedo y coraje son dos palabras claves en su vocabulario, porque el machismo es el tercer ismo de su ideología, con el anticomunismo político y el conservadurismo económico".
Para el escritor peruano, Arena contaba entonces con el respaldo de los sectores más poderosos del país, quienes organizaban cenas de recaudación de hasta 20 mil colones ($3,000 por persona). Pero también, relató Vargas Llosa, su retórica nacionalista y de orden resonaba en sectores populares golpeados por las reformas impulsadas por el gobierno de transición.

José Napoleón Duarte, presidente de El Salvador entre 1984 y 1989.
Duarte, el reformista marcado por la tristeza
Del otro lado, José Napoleón Duarte, candidato de la Democracia Cristiana, era el favorito entre la clase media baja y campesina, especialmente por su promesa de consolidar la reforma agraria.“Su tristeza crónica”, narró Vargas Llosa, lo distinguía del tono festivo de otros políticos. Reivindicaba un camino democrático y negociado para superar el conflicto. “Cuando el pueblo vea que disminuyen las desigualdades y se respeta la ley, defenderá el sistema”, afirmó Duarte, quien perdió tres dedos en una explosión años atrás.
Vargas Llosa lo describió como un hombre serio, sin espacio para bromas ni discursos vacíos, comprometido con una transición democrática en un país marcado por el autoritarismo.
" El nombre de Napoleón Duarte despierta la pasión de los salvadoreños. Con todos los que estuve hablaban de él con odio o devoción, nunca con serenidad. Y, en general, la diferencia de opiniones coincidía con la de clases sociales: los de arriba lo atacaban, los de abajo lo defendían", describía el escritor.
"Confío en ser el primer presidente civil de El Salvador", dijo Duarte, en un momento en que su vida seguía en riesgo constante.
La cultura del terror y el país rural
Más allá de la capital, el escritor fue testigo de la crudeza del conflicto. En San Esteban Catarina, guerrilleros del FMLN ocuparon el pueblo y se llevaron a 70 jóvenes, mientras los soldados, acuartelados a pocos kilómetros, no intervinieron. Vargas Llosa conversó con madres, sacerdotes y niños escondidos en el monte para evitar ser reclutados por la fuerza.En paralelo, el ministro de Defensa, general Vides Casanova, reconocía que el conflicto sería largo. Aseguraba que las fuerzas armadas permanecían neutrales ante las elecciones, pese a las denuncias de crímenes y torturas atribuidos al Ejército y los cuerpos de seguridad.

Monseñor Óscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980. Nadie ha sido condenado por su magnicidio./DEM
Iglesia dividida y elecciones imperfectas
La Iglesia, marcada por el asesinato de monseñor Romero, jugaba un papel ambiguo, relataba el escritor.Mientras la abogada María Julia Hernández documentaba más de 5,000 crímenes atribuidos al Estado en 1983, el arzobispo Rivera y Damas mantenía una visión moderada y promovía charlas de derechos humanos en los cuarteles.
“La violencia sólo desaparecerá cuando se reduzca la injusticia”, aseguró la líder católica.
El riesgo de creer en la democracia
“Por primera vez en la historia del país, no se sabe quién ganará”, le dijo el poeta David Escobar Galindo al Nobel peruano. Y esa incertidumbre, subrayó Vargas Llosa, era el verdadero progreso.Aunque imperfecto y marcado por la sangre, el proceso electoral de 1984 reflejaba una incipiente voluntad democrática. La derecha, por primera vez, buscaba ganar votos en vez de confiar en el Ejército. La izquierda armada, aunque ausente, también estaba bajo presión por el cambio en el clima político.
“Ni Suecia ni Costa Rica”, escribió Vargas Llosa, “pero sin duda un paso adelante para El Salvador”, opinaba el escritor peruano.
La historia terminó dando la razón a Duarte, quien ganó las elecciones del 25 de marzo de 1984. Según Vargas Llosa, la democracia, aunque asediada, había conseguido una victoria en medio del volcán.