Al centro del Holding Institute, que tiene un programa piloto para refugiar a migrantes recién llegados a Estados Unidos, está un numeroso grupo de venezolanos que huyen de la agresión del gobierno de Nicolás Maduro. Están en Laredo, Texas, Estados Unidos.

Luz Miriam Velásquez, de 24 años, decidió agarrar camino con su hijito de cuatro años y su esposo por las amenazas que recibió luego de que su hermano se retirara de las filas policiales. Lo acusaron de abandono a la patria y empezaron a amenazarla. Su esposo, además, se queja de los bajos salarios venezolanos equivalentes a $15 la semana.

La pareja no duda en decir que no volvería a emprender este viaje. No solo es el maltrato de policías guatemaltecos y mexicanos. Han visto la muerte.

“Nosotros vimos morir personas, vimos calaveras en la misma selva”, recuerda cómo un hombre se dañó la columna en la montaña La Llorona y pasó cinco días esperando su rescate. “No ha de ser fácil estar ahí con una columna partida y nadie está para ayudar a nadie porque, si tú ayudas, te quedas ahí atrapado”.

¿Regresaría? “No, jamás en mi vida, no le haría ese daño a mi hijo”.

El niño juguetea alrededor de ella y su esposo junto a quienes salió hacia Necoclí (Antioquía, Colombia) en autobús para dirigirse en lancha a la temida selva. La selva, sentencia, es lo peor.

En la selva.

Yohandry Torres, un joven venezolano de 24 años, cuenta su paso por la selva con su hijo, su esposa y una mochila. Él no ignoraba el riesgo. Pero el hambre de su hijo lo hacía llorar: “Yo me levantaba a las 7 de la mañana y no había nada de comer. ¿Cómo te van a dar todo un mes 20 dólares y que tu hijo se pare al lado y te pida un plato de comida y tú no tengas para darle?”, cuestiona, cuando se le pregunta por qué arriesga la vida de su hijo tomando ese peligroso camino hacia los Estados Unidos.

“Vi a la calavera de personas humanas, lo vi, en la selva, de Panamá a Colombia, nos venimos 21 personas”, cuenta Yohandry, luego de haber pasado por Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y haber sufrido maltratos y exigencias de sobornos por policías en Guatemala y México: “Es la misma corrupción, si tú no le dabas plata no seguías avanzando”.

Yohandry interrumpe la entrevista para despedirse de su primo que llegó al albergue hace una semana y hoy se va a San Antonio con dirección a Houston en donde está su cuñado. “Cuidate, pórtate bien”, le dice.

La corrupción de policías mexicanos en Saltillo y Ciudad Acuña le indigna. “Dame 20 dólares por cada uno’. ¡Veinte dólares! ¿Y de dónde, jefe? Sí, si no, te reportamos”, recrea la conversación con el oficial policial mexicano.

El grupo de venezolanos resiente que los policías mexicanos, además, los traten como delicuentes o “perros”. “Nos quitan los documentos y hasta nos tratan de robar los pasaportes o nos los rompen”, dice Luz Miriam.

Luz Miriam Velásquez, de 24 años, junto a su esposo. Ambos huyeron de las amenazas de régimen de Venezuela porque su hermano se salió de la Policía. / Y.M.
Luz Miriam Velásquez, de 24 años, junto a su esposo. Ambos huyeron de las amenazas de régimen de Venezuela porque su hermano se salió de la Policía. / Y.M.

El Colectivo.

José Salazar Sequeira es un joven venezolano que salió de su país, dice, no para conocer Estados Unidos, sino por su familia. Lo empujó la represión. Pero ahora todos sus amigos con los que marchó en 2017 contra el régimen están muertos.

“Yo soy de Caracas y en Venezuela hay una cosa que se llama el Colectivo, si tú no haces lo que él te diga te desaparecen”, cuenta José, quien perteneció a la “Resistencia Venezolana”.

Sin embargo, no le desea a nadie el camino que debió pasar para estar en un albergue en Estados Unidos: “En México nos dieron un pase de 30 días pero ese pase no valía pa’ nada, llegaron los policías, te lo rompían”.

Él salió con $500 prestados de su primo, su hermano, su tío, su mamá. Todo lo ocupó en transporte. ¿Y la comida? “Pasé más hambre que el Chavo del Ocho. Yo pasé esa hambre. Bajé más de 15 kilos en la selva”, explica.

Yohandry Torres y su esposa salieron de Venezuela el 9 de marzo. / Y.M.
Yohandry Torres y su esposa salieron de Venezuela el 9 de marzo. / Y.M.

Abusada.

En una zona más alejada del albergue, se encuentra en una silla una mujer de 31 años que huyó del maltrato que su esposo, por celos, le daba en Guatemala.

“Sufría maltrato de mi esposo, luego puse mi negocio y me empezaron a exigir una cuota (los pandilleros)”, dice la mujer, quien empezaba a trabajar desde las 2:00 de la mañana en un negocio de venta de comida.

María, como la llamaremos, llegó a Tamaulipas sin saber que el cártel del Noreste (CDN) iba a extorsionar a su familia a cambio supuestamente de darle el paso hacia los Estados Unidos.

“A mí me agarra el cártel, obliga a la gente a pagar $10,000 para subirme a San Antonio, pero no fue así. Pagó mi familia $10,000, de ahí querían $12,000 más. ¿Y de dónde los iba a sacar mi familia?”, dice, angustiada.

Recuerda cómo el cártel la encerró en una bodega para presionar a su familia: “Mi familia no lo consiguió, me encerraron a secuestrar 15 días, abusaron de mí, en Tamaulipas”. María no repetiría el viaje. Pero no quiere regresar.