El 29 de mayo de 2020, un empleado de la empresa belga ZoraBots prueba un robot llamado CRUZR en el Hospital Universitario de Amberes (UZA) en Amberes. AFP


Cuando los pacientes belgas que temen haber sido contaminados por el coronavirus acuden al hospital universitario de la ciudad de Amberes (norte), el primer rostro que ven no es el de una enfermera con mascarilla, sino el de un robot vagamente humano.

El aparato, construido por la empresa belga Zorabots, saluda a los recién llegados y lee los datos del paciente proporcionados por un cuestionario rellenado previamente por el potencial enfermo.

El robot toma su temperatura y se asegura de que lleva correctamente una mascarilla, antes de evaluar la probabilidad y gravedad de la infección, y enviarlos hacia el lugar apropiado de la clínica.

No es desde luego un diagnóstico, sino una etapa útil que reduce los contactos del equipo médico con pacientes potencialmente infectados antes de ser admitidos en el hospital.

"Si el paciente tiene temperatura o no lleva correctamente su mascarilla, aparece en pantalla este mensaje: 'tiene usted un problema, no puede entrar directamente al hospital'", explicó el doctor Michael Vanmechelen.

"Entonces, tiene que ser examinado. El robot no trabaja nunca solo, siempre actúa en apoyo de un empleado del hospital", agregó.

En este período de progresivo retorno a la normalidad, tras un largo confinamiento de la población, "habrá una multitud de personas que deberán ser sometidas a test", dijo Fabrice Goffin, uno de los codirigentes de Zorabots.

Con más de 9.000 muertos, Bélgica ha registrado una de las tasas de mortalidad más altas del mundo por número de habitantes.

Sin embargo, esa cifra debe tomarse con cautela pues Bélgica incluye en su balance a casos no confirmados con test, sino simplemente sospechosos cuando una persona fallece en una residencia de ancianos donde se han descubierto casos de coronavirus.