Maximiliano Martinez no tuvo buenos recuerdos de El Salvador


El AD Chalatenango rescindió el pasado viernes el contrato del atacante argentino, Maximiliano Martínez, quien no pudo terminar el Clausura 2020 por la cancelación del torneo debido a la emergencia nacional por el Covid-19, dando como punto de partida a una de las experiencias más decepcionantes para el jugador.

Martínez lamentó, en una plática con el periodico argentino 'La Nación', la forma de proceder de la anterior directiva del club alacrán que lideraba el alcalde de esa ciudad, José Rigoberto Mejía, y que fue comprada por empresarios salvadoreños residentes en Estados Unidos.

Cuando sucedió la transición “los nuevos dueños decidieron traer otros jugadores extranjeros y no seguir contando con mis servicios. Los antiguos propietarios fueron unos desalmados, me dejaron sin trabajo en medio de la pandemia. Vine el 15 de enero y estuve casi dos meses sin cobrar. Haciendo la cuenta, de cinco meses cobré tres, sumando el de la rescisión ¡Una locura! La dirigencia que se fue me dejó en la calle, me pidieron la llave del departamento que ocupaba. La situación es delicada”, dijo Martínez

Tras el desalojo, el argentino encontró apoyo en unos amigos salvadoreños quienes le proporcionaron una casa mientras espera la ayuda del cónsul argentino, Matías Valverde, para regresar al país gaucho.

También dijo que el "el nivel del fútbol salvadoreño es duro, parecido al de la B Nacional, pero con más roce, más picante (...) me tocó debutar contra Jocoro, en la ciudad Santa Rosa de Lima, en La Unión. No entrábamos todos en el vestuario, algunos nos cambiamos en el micro(bus). Y eso que era un partido televisado. La cancha no tenía césped y la temperatura era de 45 grados. No había nadie en la cancha. Eso es la primera división. Mi representante me trajo sin saber cómo era el fútbol acá, está arrepentido. Tuve ofertas para seguir jugando en El Salvador, pero no quise, prefiero ir a otro país más responsable”, agregó.

En cuanto a lo social, Martínez quedó sorprendido -y abrumado- por la situación con las pandillas y el estigma que existe con los tatuajes. “Caminando por la calle o en un shopping, la gente me mira los tatuajes, tengo que esconder los brazos. Ese fue mi gran problema. No se puede vivir con esa paranoia. Estando acá me arrepentí de haberme tatuado, me decía en qué momento se me ocurrió tatuarme tanto, te juro”.

"Acá se habla de las maras en voz baja. Acá me di cuenta de que en la Argentina somos unos bebés de pecho. Es algo que te puede sorprender en la vereda de tu casa. En algunas ciudades, a las seis de la tarde tenés que estar adentro de tu casa. Lo hablaba con mis amigos, no es manera de vivir así. Uno va al supermercado y tiene a un militar apostado con una carabina M4. Al local que se vaya, hay alguien con una ametralladora. Acá están acostumbrados, pero yo no. La gente cuenta cosas terribles, es un golpe para el que viene de afuera. Acá hay asesinatos todos los días. Viví en Salta, en Bolivia, en Buenos Aires, pero donde sentí miedo de verdad es acá”.