Antes de la pandemia, el taller de confección de alta costura en el barrio San Jacinto de San Salvador no necesita de redes sociales para promocionarse y tenía clientes asegurados entre gremiales empresariales y grandes hoteles que ordenaban trajes o uniformes. Incluso en marzo trabajaban en pedidos, que ahora García no cree que sean reclamados.
En ese momento, cuando la economía se cerraba y no había certidumbre de la reapertura económica, García recuerda que junto a su padre y dueño del negocio, don Martín García Rivas, decidieron actuar rápido y se introdujeron al mercado de las mascarillas.
“Pensamos competir con las de $1 (mascarillas), pero no nos sentíamos a gusto. No era que le dábamos la seguridad al cliente de lo qué necesitaba. En efecto, por el miedo, vendimos muchísimas de esas de $1, pero no sentíamos que era lo que nos iba a sostener”, afirmó García.
Tras dos generaciones en el negocio de la confección de alta costura, en el taller están acostumbrados a adaptarse a las nuevas tendencias y así comenzaron a experimentar la elaboración de tapabocas de dos telas e introdujeron el filtro de polipropileno. Hacían pruebas con spray (aerosol) y agua hasta lograr que no se filtrara el líquido. “Vencimos el mito de las mascarillas de telas”, indicó.
No satisfechos con ese producto, Rivas recordó que descargó de internet un patrón japonés de mascarillas y al intentar adaptarlo al rostro salvadoreño “nos dimos cuenta que no servía”. Con la idea, un “día completo nos echamos haciendo el patrón tanto para mujer como para hombre para que quedara cabal y luego nos inventamos hacerlas por talla porque las caras son diferentes”, relató.
“Como estábamos en nuestra zona de confort ni siquiera plataformas de Instragram o Facebook teníamos porque toda la gente nos conocía como don Martín (el padre y dueño del taller). Con la pandemia nos vimos en la necesidad de innovar”, matizó.
Un hermano de García que había regresado de Panamá y quedó en cuarentena en un hotel en la playa armó el logo y estrategia de comercialización en las plataformas digitales, mientras que el resto de la familia se dedicó a elaborar las mascarillas.
A través de las redes lograron atraer la mirada de más clientes con ventas que ya superan las 10,000 mascarillas. Entre sus compradores hay diplomáticos de embajadas en el país, políticos nacionales e internacionales, además de pedidos interdepartamentales y hasta exportaciones.
El taller tenía 12 colaboradores previo a la pandemia, pero tras la caída de operaciones las mascarillas las comenzaron a elaborar entre la familia y, aseguró Rivas, hubo días que llegaron a las 3:00 de la madrugada terminando pedidos. Poco a poco comenzaron a llamar a los trabajadores, pero ahora solo recogen las piezas y las arman en sus casas para evitar aglomeraciones.