Hace ratos que sabemos que el clima de negocios de El Salvador atraviesa su peor momento desde el fin de la guerra civil. Las calificaciones de riesgo internacional son catastróficas, nuestras finanzas públicas están en el borde del desastre y la incertidumbre y falta de predictibilidad del país daña profundamente la atracción de inversiones y la estabilidad económica de la nación.

La salida de la empresa Jumex, por mucho que se quiera matizar, es un reflejo de ese clima de negocios, de las complejidades en las Aduanas, del cambio constante de impuestos, de las elevaciones de tarifas de los servicios y, por supuesto, de un mercado deprimido por la misma incertidumbre que la clase política le inyecta cada vez que habla de “cambio de modelo”.

Jumex no es la única. Ya se fue Maseca también y varias maquileras han movido operaciones a otras naciones vecinas; las compañías telefónicas actúan con prudencia en sus nuevas inversiones ante la ofensiva gubernamental en su contra y hasta el emblemático “Mundo Feliz” cerró operaciones.

Todo esto es una sintomatología de una enfermedad que se llama incertidumbre del clima de negocios. El Gobierno tiene que poner todo para arreglarlo porque es su responsabilidad.