La oposición venezolana asumió el martes el control de la Asamblea Nacional de su país, en medio de la peor crisis social y económica de su historia y con el reto de restaurar la democracia avasallada por el autoritarismo mesiánico chavista.

Venezuela, el país con mayores reservas de petróleo del continente americano, ha caído en una debacle económica sin precedentes, fruto de la pésima administración de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, generando un endeudamiento estratosférico, la destrucción del tejido productivo y un desabastecimiento de alimentos que ha convertido a los venezolanos en expertos en hacer colas para conseguir qué comer. La inflación es la peor de América Latina.

Pero también el chavismo ha destruido la institucionalidad democrática, la separación de poderes, la justicia independiente y las libertades fundamentales. Docenas de opositores se han convertido en presos políticos del régimen chavista y decenas de miles de venezolanos se han visto obligados a exiliarse.

De manera que la oposición debe iniciar desde el parlamento un giro radical a una estructura fracasada, que prefirió dilapidar recursos en aventuras políticas en el exterior que en su propia gente, la muestra más grande que el populismo autoritario de izquierda es una aventura destinada al desastre.