Por la tradición católica española, en la época navideña dentro de los territorios conquistados en las Américas se solían desarrollar belenes vivientes (adecuados para difundir el mensaje evangélico entre indígenas, negros, mestizos y demás personas, muchas veces iletradas y carentes del texto bíblico en sus hogares), aunque en algunos templos católicos también se solían colocar pesebres o nacimientos hechos de madera, barro y otros elementos propios de cada uno de esos territorios.

A inicios del siglo XVII, en las zonas de Alemania y Prusia comenzó a decorarse pinos, abetos y otras coníferas para colocar debajo de sus ramas dulces, compotas, regalos artesanales y algunos otros obsequios para familiares y amigos. Esa tradición llegó a tierras americanas en 1864, de la mano de Maximiliano y Carlota, los segundos, emperador y emperatriz de México, durante el breve tiempo en que tropas francesas mantuvieron esa presencia monárquica en estas tierras independizadas pocas décadas antes de la corona española.

¿Cuándo comenzó a usarse el árbol de navidad en el Estado y República de El Salvador? Por el momento, no hay certeza al respecto, pero todo apunta a que se produjo en la medida en que se incrementaba la migración salvadoreña hacia Estados Unidos. En diciembre de 1919, la Alcaldía Municipal de San Salvador colocó un árbol de navidad (posiblemente, un pinabete) en el parque Dueñas (ahora plaza Libertad) con regalos destinados a la niñez pobre de la ciudad, adquiridos gracias a donativos hechos por el gobierno central y por personas de la clase más adinerada de la capital. Hace casi un siglo, el polinomio social perfecto “ausencia efectiva de gobierno + niñez desfavorecida + señoras altruistas de clase alta”, daba como resultado la fundación de múltiples entidades de filantropía para la niñez urbano-marginal de los grandes centros poblacionales y económicos como San Salvador, Santa Ana, San Miguel y Santa Tecla, entre las que se encontraban la Sala Cuna, la Gota de Leche, la Cruz Blanca y otras.

El abeto se desarrolla, principalmente, en las montañas de Chalatenango, el depar-tamento ubicado al norte del país.


En septiembre de 1921, con motivo del primer centenario de la proclamación de la independencia centroamericana, se promovió la siembra de varios grupos de araucarias de entre las 19 especies de ese género de coníferas, quizá importadas desde Chile o México. Dos conjuntos fueron sembrados en los patios del Hospital Rosales y del Palacio Nacional –donde aún se yerguen esos cinco ejemplares, que representan a cada una de las repúblicas centroamericanas independizadas mediante la segunda acta del 15 de septiembre de 1821–, mientras que un tercero fue reservado para la Plaza de las Américas, inaugurada en diciembre de 1942 con motivo del Congreso Eucarístico, donde fue mostrada al público la estatua del Salvador del Mundo, en la zona de La Cruzadilla, al poniente de San Salvador.

Por su altura y resistencia, durante varios años, parte de los troncos y ramas de esas araucarias fueron adornados con largas filas de focos de colores, para que durante las fiestas de navidad, año nuevo y reyes magos fueran visibles por la población nacional mientras transitaban por la Doble Vía, la 25 avenida norte, la calle Arce, los alrededores del Palacio Nacional, etc. Esa era la parte pública del asunto, ya que en los templos católicos y en el interior de las casas el árbol navideño seguía ausente. En esos espacios se usaba mucha creatividad para generar los nacimientos o pesebres de barro y madera, a los que se agregaban elementos que representaban la vida cotidiana, las leyendas del país, el ejército, ríos y lagos, etc. Incluso, las municipalidades promovían competencias entre hogares con nacimientos, a la vez que los periódicos del país mantenían concursos anuales dedicados a premiar los mejores cuentos de temática navideña.

En diciembre de 1931, la instauración de la dictadura del brigadier Maximiliano Hernández Martínez abrió paso a una serie de controles de aspectos decisivos de la vida nacional, pero también facilitó diversos intentos de regular y controlar situaciones de la cotidianeidad. Para el caso, se buscó adoptar el saludo nazi de la mano en alto como una manera de evitar el contacto directo de las manos y así evitar la propagación de enfermedades. También se trató de promover una rara especie arbórea para que sirviera como árbol oficial salvadoreño para las festividades navideñas.

En su memoria anual de labores al frente de las carteras ministeriales de Gobernación, Trabajo, Fomento, Agricultura y Sanidad, leída ante la Asamblea Nacional Legislativa el 1 de marzo de 1937, el general José Tomás Calderón reveló que en 1936 el naturalista Dr. Salvador Calderón –por entonces jefe del Departamento Botánico y Entomológico del país y un investigador injustamente olvidado en la actualidad– había estudiado al Abies religiosa H. B. K. Cham y Schlecht, que se desarrollaba en las montañas del departamento de Chalatenango. En su informe oficial, el funcionario señalaba que “este abeto es un hermoso árbol casi desconocido, que por su natural belleza debiera ser nuestro Árbol de Navidad, así como en los países europeos el propio de cada una sirve para el mismo fin. Cuando ha alcanzado bastante desarrollo, el abeto salvadoreño suministra gran cantidad de madera para construcción y puede utilizarse para la fabricación de papel. Su oleoresina [sic: oleorresina] tiene propiedades balsámicas” (Diario Oficial, San Salvador, tomo 122, número 31, jueves 18 de marzo de 1937, página 716).

El investigador Salvador Calderón recomendó en 1936 que el Abies religiosa debía ser nuestro Árbol de Navidad salvadoreño. / DEM