El fanatismo es una enfermedad social que a muchos, siendo sanos físicamente,  les genera sordera, ceguera, necedad e irracionalidad. Como estrategia política  o propagandística conviene crear fanáticos para mantener la idolatría vigente que provocan sensaciones de liderazgo y una identidad que en ocasiones se vuelve manipulable.

En Comunicación Estratégica  Propagandística a los estudiantes se les enseña a hacer lo malo para aprender a hacer lo bueno. Así, en una campaña electoral se les enseña a hacer  propaganda negra para hacer propaganda blanca. La una no puede existir sin la otra. La exposición pública y masiva de las propuestas  y plataformas políticas debe ir acompañada subversivamente de  la campaña grisácea que descalifica al adversario, sin que el fanático perciba o desglose el origen de la campaña y, al contrario, crea que es verdadera. En propaganda se dice que las elecciones las ganan los que efectuaron una excelente campaña grisácea casi en la tonalidad de negra.

Respecto al fanatismo como estrategia comunicacional, las reglas no escritas indican que entre más dogmáticos son los fanáticos, más fácil es controlar sus mentes y por ende sus conductas. Siguen a sus líderes como al “flautista de Hamelin”. Los políticos son expertos, sino ellos al menos sus asesores, y saben cómo hacer fanáticos y como manipularlos. Hay que valerse de sus sentimiento y controlar sus emociones y necesidades  manejando antojadizamente el contexto para que crean todo y para que actúen a conveniencia del interesado.

Ser fanático no es del todo malo, cuando ese fanatismo nos impulsa a objetivos sanos, como amar a nuestras familias o asumir responsabilidades en diferentes ámbitos. Por supuesto un fanatismo que no se pueda controlar, siempre será negativo o generador de irracionalismos porque nos puede desbordar en pasiones y conductas negativas.

Lo peor del fanatismo es que en su nombre o bajo su influencia destruimos valores positivos como la amistad. Los que impulsan el fanatismo ideológico promueven el odio de clases y hasta los odios indefinibles. Conozco casos de viejos amigos que terminan enemistados porque ideológicamente son diferentes. Basta ingresar a las redes sociales para darse cuenta del odio virulento que pulula. Unos odiando por el placer de odiar y otros amando por el placer de amar, sin tener fundamentos para sostener ese odio o ese amor, más que el fanatismo de seguir a alguien a fe ciega.

SI de repente aparece alguien con criterios de análisis certero, de inmediato surgen las voces irascibles  descalificándole o llamándoles “vendido” e incluso considerándolo “enemigo”. Para los fanáticos no hay puntos intermedios y todo lo ven desde la óptica reduccionista de “estás conmigo y piensas como yo o eres mi enemigo”.  Los políticos saben que la debilidad mental de quienes han caído en el fanatismo es manipulable, por lo que suelen manipular con tácticas y estrategias que para sus mismos seguidores pasan inadvertidas.

Una mentira repetida o con la emotividad empática necesaria  se convierte en verdad aunque sea más falsa que un billete de 17 dólares. La publicidad crea necesidades sobre marcas, productos  y servicios utilizando imágenes ficticias; mientras que la propaganda vende ideas para ganar adeptos. La publicidad es exitosa cuando logramos que la persona compre; mientras que la propaganda es exitosa cuando los adeptos votan por nosotros y nos creen sin ser  capaces de cuestionar.

En el país muchos compatriotas han caído en el fanatismo y están perdiendo la capacidad de cuestionar, lo que es peor, muchos han caído en el odio hacia sus semejantes por el simple hecho de pensar diferente o tener una visión distinta a la suya. Cuando se manipulan los pensamientos, sentimientos y conocimientos de las masas “los extremos se extreman y los del centro amplían sus márgenes” decía mi profesor portugués  Luiz Basurto Alves, al explicarnos  la conveniencia de mantener manipulados a los potencialmente votos de elección popular.

Es difícil sostener la ecuanimidad y no caer en posiciones de fanatismo en una sociedad tan polarizada y llena de intereses particulares de los partidos y sus líderes, pero hay que intentar mantener la cordura y desarrollar nuestra capacidad de análisis. Si un político dice que un color es azul, como ciudadanos tenemos que ver la modalidad de ese azul. Las tonalidades suelen ser distintas cuando vemos con ojo crítico.

Ningún político tiene la verdad absoluta, ni siquiera a medias, para seguirlo con fe ciega y convertirnos en fanáticos suyo. Ningún político merece ganar un enemigo. Los políticos pasan, los amigos quedan.