En medio de la crisis constitucional provocada por la desobediencia del Ejecutivo de la República a las decisiones de la Sala de lo Constitucional, uno se pregunta si la verdadera amenaza a la vida en sociedad ya no es la enfermedad misma, sino el autoritarismo que nuevamente se asoma sin máscaras ni formalismos.

Así, el poder desmedido o la ansia de este se muestra con la crudeza que lo caracteriza: capaz de truncar vidas y proyectos personales, de terminar con los poco recursos con que cuenta el país sin darle cuentas a nadie y dejando la imagen internacional de El Salvador bastante desgastada, en el preciso instante de la historia en el que más se necesita del “buen nombre internacional”, de manera que los créditos que se están buscando, sean aprobados en la medida en que los posibles acreedores confíen en un Estado que se rige por las reglas del Derecho, no por las de la arbitrariedad.

Nada de esto está pasando, la pandemia dio al traste con el perfil de un país que aspiraba apenas hace un año a convertirse en el polo del desarrollo y en el faro de la democracia en la región. Y a medida que pasan los días y un decreto ejecutivo se suma a los demás, llevando a las calles la sinrazón de la arbitrariedad y del abuso, hacen falta las voces y las acciones consensuadas de los jóvenes en defensa de la democracia que heredaron, y que aunque imperfecta, es el punto de partida para el país que deberán construir de acuerdo con sus expectativas y convicciones.

Pero las voces de la juventud no se escuchan y en particular se tiene en falta la de los universitarios, que en otras epocas salieron en defensa de la democracia y de los derechos humanos, pagando un alto precio en tiempos de las dictaduras militares, por el sacrificio que implica la renuncia a la comodidad y al conformismo elitista, haciendo de la historia nacional un asunto personal. O como decía el rector Ignacio Ellacuría: cumpliendo el compromiso del intelectual de cargar con la realidad para transformarla en beneficio de las mayorías.

Este Presidente llego al poder gracias al voto de muchos jóvenes que hoy parecen seguir dispuestos a aplaudir sus desmanes, su arbitrariedad y el uso de la Presidencia y de la Comandancia General de la Fuerza Armada como un patrimonio personal, en el que contrata a sus familiares pese a que la ley se lo prohíbe, en la que envía a sus principales asesores a atacar a los legisladores y amenazarles con toda clase de injurias, sin tan siquiera ser funcionarios de elección popular, en suma, se llevó a la Presidencia y desde allí se sigue apoyando a una persona que no tenía la vocación para desempeñar tan alto cargo, ni la voluntad constitucional de considerar el poder público como una forma de servicio a la colectividad, no solo a quienes le aplauden o le votan.

Esta realidad complicada puede llegar a ser peor en los próximos días o meses, por más que se intenta implantar entre la población, en nombre de la salud, la idea de suspender las elecciones legislativas y municipales programadas para inicios del próximo año, lo que viene a sumarse a otros disparates sostenidos desde la Presidencia, como la supuesta obligatoriedad de la Asamblea Legislativa de consultar previamente con el Órgano Ejecutivo sus inactivas de ley, o la idea de que cinco magistrados constitucionales carecen de la autoridad suficiente para expulsar del ordenamiento jurídico, aquellos decretos que violan derechos humanos y que sin embargo siguen aplicándose ciegamente por parte de policías y militares.

Nada de esto parece ser lo suficientemente grave para que los jóvenes que heredarán este país asuman la responsabilidad generacional de tomar la iniciativa, mediante los cauces institucionales y de manera pacífica por supuesto, haciendo uso de la libertad que la misma Constitución garantiza y emprendiendo una lucha por la democracia a través del campo de la cultura, de la libertad de expresión, del pensamiento académico y hasta del sano debate -cada vez que sea posible- con quienes piensan diferente y ven en la Presidencia una suerte de mesías de la salvación nacional, aunque nos lleve a la perdición de lo escasamente logrado en casi tres décadas.

Los jóvenes no están, o si aparecen es a través de medios virtuales, la cuarentena obligatoria les sirve de excusa para que su generación no piense, no actúe, no escriba. Siguen ocupados: conectados a la nada.