Guillermo Lasso ganó de manera clara y sin discusión el proceso electoral; reconocido aún antes de concluir el conteo oficial por su contendor Andrés Araúz, y por el propio expresidente Rafael Correa desde la ciudad de Bruselas, su mentor y principal apoyo en esta contienda, que de haberla ganado, hubiese conllevado las alianzas más inciertas y peligrosas existentes en el contexto internacional. Lo cierto es que este hombre de 65 años, con amplia experiencia en el sector empresarial y político (es su tercera participación electoral) dio un mensaje claro y moderno: no hay derechas ni izquierdas para alcanzar el Bien común de la sociedad, hay planes concretos, honestidad, libre mercado y un estado eficiente, sometidos todos, al orden legal. En resumen, ese fue su mensaje inicial que le sitúa como un hombre de su tiempo, que entiende y asume los cambios civilizatorios y de paradigmas, más allá de los tradicionales dogmas dominantes desde el Tratado de Westfalia en 1648, y de los que posesionaron después de la Segunda Guerra Mundial. Se le puede ubicar como conservador, pero no un dogmático en materia de economía, moral sexual, religiosa o política, por lo que se sitúa en un tiempo y lugar privilegiado, para reconocer esos cambios indetenibles que observamos se están produciendo en todas las culturas y civilizaciones existentes, aun en la estructura de la Iglesia católica.
Sin embargo, este choque de civilizaciones, de cambio epocal y realidades, requieren de la comprensión, confianza, apoyo y generosidad conveniente, no solo de los poderes facticos ecuatorianos, sino de las democracias occidentales. Apoyo en lo financiero, tecnológico, económico y político en la instancia multilateral y bilateral. No se le debe dejar solo, porque el fracaso o éxito en conducir el equilibrio socioeconómico de su país, repercutirá en el continente con su carga de éxitos o fracasos, para alcanzar la paz social o para desbordar el conflicto interno que normalmente culmina en autoritarismos, dictaduras, estados fallidos, forajidos o ambas degradaciones para mayor sufrimiento de la sociedad, sin resolver las mas elementales necesidades individuales y colectivas, como es el caso de Venezuela y su vago experimento del Socialismo del Siglo XXI, que solo produjo el crimen internacional organizado, la mayor diáspora nacional que haya conocido el continente y la mayor destrucción del patrimonio material y cultural que producido la historia contemporánea de las naciones.
Ecuador, como todos los países andinos, tiene una población indígena originaria constituida por unos 14 pueblos que representan aproximadamente el 8% de la población, (alrededor de dos millones de los 17 millones de ecuatorianos); el resto está conformada por blancos, afrodescendientes y un determinante mestizaje, como en casi todos los países hispanoamericanos. De todos ellos, la exclusión se concentra fundamentalmente en la población indígena, y en las provincial. El electorado ecuatoriano se jugó una carta al futuro; el instinto les dijo que era necesario romper con la alternativa de lo conocido, que no llegado a ninguna parte, o el horror de la aparición de un aventurero, militar o no, con pretensiones de permanencia en nombre de una revolución inexistente.