La etimología de la palabra conejo sugiere un ser agraciado, simpático, astuto, veloz, inofensivo y hasta alegre. Quizá por su aspecto un tanto cómico y desproporcionado de su pequeño cuerpo mamífero. No hay niño en el mundo que no quisiera tener un conejo en su casa. Yo, de adulto he tenido dos, la primera vez se lo llevé a mis hijos pequeños en Bogotá y se lo puse en el patio, donde acabo con los rosales, hiervas y azaleas allí sembradas. Mi esposa de aquél entonces no tardó más de cinco minutos de salir de él. Por supuesto no soy de los comen conejos al vino o como lo quieran preparar.

Esa imagen graciosa e inofensiva del conejo creo que se debe igualmente a Bugs Bunny (el Conejo de la suerte) ese eternamente joven y traviesa criatura creada en 1931 por Leon Schiesinger y producida por la Warner Bros.

Y España deriva su etimología de Hispania, “tierra de conejos”, a lo menos así lo denominaron los fenicios y romanos cuando la ocuparon, y nos quedó hasta ahora, que los catalanes la quieren subdividir, y los desconcertados excomunistas -hoy autollamados indigenistas- le intentan achacar el origen de los actuales males de nuestra América, luego de más doscientos años que la administramos.

Conejo es también el nombre de una isla, islote o promontorio situado en el Golfo de Fonseca, muy cercano a tierra firme hondureña, que El Salvador reclama como suyo, a pesar de una sentencia delimitadora de la Corte Internacional de Justicia emitida en 1992 que, curiosamente, no nombró específicamente a la isla Conejo en su fallo. Actualmente, como se sabe, existe desde los ochenta un destacamento militar hondureño asentado en ella.

Esto último es conocido por los expertos de ambos países y de la comunidad internacional, y en definitiva, serán ellos quienes por vía jurisdiccional y diplomática aclaren este punto, a fin de que ambos países dediquen sus esfuerzos al cuidado del Bien Común de sus respectivos pueblos, que para ello es que son elegidas sus autoridades, y su razón de ser existencial.

Pero lo que llama poderosamente la atención fueron las recientes declaraciones altisonantes del Presidente de Honduras Juan Orlando Hernández, que en tono belicoso, extemporáneo, inadecuado e irrespetuoso, apela al Congreso de su país para que declare la propiedad territorial de Conejo como hondureña, y apela a las Fuerzas Armadas para que haga respetar la soberanía sobre la isla.

La respuesta del Presidente Bukele fue la adecuada, no se lo tomó en serio ni aceptó el reto verbal, limitándose en tono jocoso aconsejarle “comerse un chocolate para que se tranquilizara” porque ¿Qué otra cosa puede responderse a algo tan fuera de lugar?

Pero sí me dio curiosidad por conocer algo más sobre el Presidente Hernández, y descubro que es un abogado graduado con buenas notas, con estudios en España y egresado en ciencias administrativas de la Universidad Estatal de Nueva York; ha sido diputado, Presidente del Congreso, y dos veces, desde el 2014, presidente de Honduras. Es decir, es un hombre presumiblemente culto, preparado académica, intelectual y políticamente; joven, capaz de entender los tiempos y pronto a traspasar el mando Ejecutivo, dado que solo se permite una reelección, según el ordenamiento jurídico vigente.

Sé que su hermano, Juan Antonio Hernández fue detenido en los Estados Unidos (2.019) procesado y condenado por tráfico de drogas, y él mismo ha sido señalado e investigado por recibir financiamiento de los capos de la droga para sus campañas electorales, pero hasta allí. De modo que queda la incógnita sobre la extraña declaración de tonos camorreros y patrioteros, que lucen fuera de tiempo y lugar, que hiciere recientemente sobre la soberanía de isla Conejo.

Comparto el criterio del editorial de este diario del pasado jueves, donde se pronuncia sobre la necesidad de no prestarle atención a esta postura, de incuestionables visos electoreros. Pero, nos acerca a la eterna inquietud que pareciere una condena ¿Qué nos pasa a los hispanoamericanos, que no podemos romper el ciclo de la corrupción, de la inoperancia y la impunidad?