Hay expectativa en Chile y el mundo por las señales del próximo 22 de enero, cuando el joven presidente electo, Gabriel Boric, producto de una amplia alianza de fuerzas de izquierda y progresistas, presente su gabinete de gobierno en la ruta hasta asumir el Ejecutivo el próximo 11 de marzo. El nicho de un nefasto proceso neoliberal a ultranza, enquistado por cuarenta y ocho años e iniciados con diecisiete del oprobioso régimen militar golpista de Augusto Pinochet respaldado por la administración de EEUU será sacudido.

El derrocamiento del presidente socialista Salvador Allende, democráticamente electo, trajo consigo miles de chilenos torturados, asesinados, desaparecidos y vulnerados. Aunque el fin de la dictadura militar en el año noventa inauguró una apertura democrática, fue incapaz de transformar el régimen económico y social y la dependencia política internacional conservadora. Estos constituyen los principales retos del renacimiento de una nueva esperanza que se sustenta en la correlación alcanzada por profundas raíces de diez años de combativas luchas de amplios movimientos populares y que capitalizó la frustración social, que ahora están expectantes ante las decisiones y el rumbo del nuevo gobierno.

El isocronismo del péndulo político en América acelera el ritmo en las medidas político electorales en cada sociedad, producto del efecto de estremecedores eventos como los estragos causados -en un prolongado ciclo de final insospechado- por la pandemia de Covid19 y sus nuevas variantes. A esto debemos sumar: los graves efectos del cambio climático con graves impactos, obligatoria adaptación y poco margen de maniobra para los pequeños países también afectados por los problemas energéticos; estratosféricos procesos inflacionarios que reducen el acceso a bienes y servicios, condenando a los sectores más desposeídos y capas medias a una mayor pauperización en el contexto de caída de las capacidades productivas, severas dificultades del comercio mundial y graves problemas de acceso a fondos y endeudamiento público; irrefrenable crisis de inseguridad y criminalidad en la que se expanden las operaciones de la narcoactividad y los ciberdelitos en cada país y que, de acuerdo a las condiciones específicas de cada país, presiona por mayores desplazamientos internos y a una mayor migración; además, un profundo deterioro de los avances democráticos en las sociedades menos consolidadas con frágil institucionalidad que despuntan en prácticas dictatoriales, crecimiento de la corrupción y desestabilización social.

Estos factores seguramente inciden en el reciente redireccionamiento pendular en aquellos países cuyas sociedades priorizan cambiar gobiernos, con la desesperada pretensión de superar los graves problemas económicos y sociales preexistentes, buscando bienestar social para una mejor calidad de vida, eligiendo gobiernos alternativos con mayor compromiso social. Estos cambios han ocurrido en Chile, Honduras, Perú, Ecuador y Bolivia.

Ciertamente, buena parte del peso del cambio pendular es producto de la incidencia de nuevos y frescos liderazgos, así como de la reconfiguración política y electoral de nuevos y tradicionales agrupamientos. Pero es claro que en muchos de estos el peso se debe al empuje de una amplia, vigorosa y creciente movilización social reivindicativa, acompañada de ONG especializadas en los temas sensibles que contribuyen a consolidar una agenda de políticas alternativas, en demanda de mayores espacios de protagonismo social como ocurre en Chile, Bolivia, Honduras y Perú.

Este 2022 lleva incluidos sendos procesos electorales que en algunos casos contribuirán a reafirmar el giro pendular: en febrero, Costa Rica con una sólida institucionalidad enfrentada con agudos problemas económicos y sociales; le sigue Colombia que elige el Legislativo y al Ejecutivo en marzo y mayo respectivamente, y donde las huellas frescas de una profunda crisis política y social ofrece sendas posibilidades de un viraje de gran incidencia regional. Nuestra América se estremece con las posibilidades que ofrece en octubre la elección de Brasil; mientras que en noviembre cierra el bloque la elección de medio término de EEUU, en la que en una dramática elección se dirime un tercio del Senado y toda la Cámara de Representantes y, por ende, está en juego la precaria mayoría de la administración Biden,

En este contexto de cambios en nuestra América, el régimen de Bukele no tiene espacios, credibilidad, ni incidencia política; carece de iniciativa diplomática, navega a la deriva, pierde aliados y pone en riesgo la solución de los problemas del país, quedándose solo con su telefonito y sus amigos bitcoiners.