De una manera sencilla, el movimiento internacional por la justicia de género ha publicado ocho compromisos que cada mujer puede asumir en relación a otras mujeres y en relación con ella misma. El primer compromiso es el de ayudarnos entre nosotras. En cualquier ámbito en el que nos desempeñemos, nos comprometemos a propiciar espacios favorables para que las mujeres puedan expresarse. Conversar con otras mujeres, conocer sus experiencias, sus problemas y cómo podemos ayudar a resolverlos.
El segundo compromiso es el de no discriminar a ninguna mujer. Creernos superiores a otras mujeres, desvalorizar sus creencias, burlarnos de sus costumbres, permitiendo o provocando que otra mujer sufra un trato indigno, termina reduciéndonos a nosotras mismas. Compartamos nuestros conocimientos con otras mujeres, aprendamos de los conocimientos de ellas sin prejuicios y rompamos rivalidades.
El amar nuestros cuerpos y cuidarnos a nosotras mismas es un tercer compromiso. Conscientes del bombardeo mediático que empuja a muchas mujeres a “odiar” sus cuerpos porque no cumplen la exigencia de prototipos casi perfectos, aprendamos a cuidarnos porque nos respetamos, no porque busquemos alcanzar el espejismo de una belleza estereotipada. Acostumbradas a cuidar de otros, pero no a nosotras, ninguna mujer debería sentir remordimientos por dedicar tiempo para ella misma.
El cuarto compromiso es aprender sobre los derechos de las mujeres y el quinto compromiso es el de estar dispuesta al cambio. Formémonos sobre equidad e igualdad de género, estudiemos sobre machismo, feminismo, masculinidades e identidades. No podemos contribuir a cambiar viejos modelos discriminatorios sin conocimiento, sobre todo de la historia de todas aquellas que sentaron las bases de lo que ahora se conocen como derechos de las mujeres.
En la medida que avanzamos, nuestros compromisos crecen. El sexto compromiso es el de estar atenta para prevenir y contrarrestar la violencia de género en cualquiera de sus formas. Cada vez son más quienes se suman a las consignas de movimientos como #MeToo, #YoSiTeCreo, #NiUnaMenos o #ElVioladorEresTu. Debemos rechazar cualquier violencia implícita o explícita, aunque nos hayan enseñado a normalizarlas, a no verlas como violencias.
Perder el miedo a denunciar es fundamental. Como mujer debo actuar, apoyar o buscar ayuda contra cualquier hecho injusto o violento contra cualquier otra mujer. Eso nos lleva al séptimo compromiso: No tener miedo para alzar la voz. Nuestro silencio es complicidad.
El octavo compromiso, aunque no necesariamente debería ser el último, es el de empezar en casa. Si educo a mis hijas para reproducir o tolerar modelos de sumisión, violencia y discriminación; si como hija, madre, esposa, compañera, colega no motivo o demando a los hombres con los que me relaciono en mi vida cotidiana a respetar los derechos de las mujeres o en mi vida privada practico o justifico discriminación o sumisión contra otras mujeres, nuestra incoherencia será el más grave daño que podemos causar a esta lucha.
Vernos como iguales, como aliadas que partimos del punto común de cambiar modelos económicos, políticos y culturales discriminatorios y represivos que todas hemos vivido, es el camino correcto. Una tarea muy difícil en la región con más altos índices de femicidios, embarazos adolescentes e inequidad en el mundo. Sin embargo, podemos estar seguras de que no estamos solas: nos tenemos a nosotras.