¿Será su mejor poema? ¿Sí o no? Por eso dicen que en gustos se rompen géneros. Si no lo es, es uno de los mejores. Cuando lo estaba escribiendo, consciente o inconscientemente ‒seguramente lo primero‒ Roque moldeaba una fenomenal denuncia de la exclusión histórica salvadoreña. “Los que ampliaron el canal de Panamá” y “los que repararon la flota del Pacifico en las bases de California”, partieron forzados por esa situación; los que salieron a “podrirse en las cárceles de Guatemala, México, Honduras, Nicaragua por ladrones, por contrabandistas, por estafadores” quizás no tuvieron de otra.

Se fueron “hambrientos” a sembrar “maíz en plena selva extrajera”, siendo “los mejores artesanos del mundo” y aun sabiendo que podían “ser cosidos a balazos al cruzar la frontera” o morir “de paludismo o de las picadas del escorpión, o la barba amarilla en el infierno de las bananeras”. Se fueron a llorar “borrachos por el himno nacional bajo el ciclón del Pacifico o la nieve del norte”; a estar “arrimados”, a volverse “marihuaneros”… ¡Ay, “guanacos hijos de la gran puta”! Se fueron los “eternos indocumentados, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo”; “los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo”.

Pasaron cinco décadas desde que Roque escribió ese primer poema de amor y, a estas alturas, quién sabe cuántos más habría escrito en el mismo tono: el que generan el costo de la exclusión y el dolor de la desesperanza, cultivadas tras tantas frustradas ilusiones producto de las prometidas transformaciones que traerían oportunidades, certezas y seguridades a las mayorías populares.

Ahora su pluma comprimiría en unos versos la historia de Camila Díaz Córdova, mujer transgénero que la discriminación, la intolerancia y la violencia sufrida por la población LGBTI la hizo migrar y regresar al país hasta que la deportaron de Estados Unidos; un país ‒el suyo, el nuestro‒ donde solo entre octubre del 2019 y abril del 2020 asesinaron al menos a siete mujeres trans y dos hombres gais.

A Camila la mataron el 31 de enero del 2019 tres policías condenados el 28 de julio del 2020. Es la primera sentencia de culpabilidad por crímenes de odio, que han abundado desde que aprobaron la reforma penal para incluirlos como homicidios agravados. Lo que no ha abundado son los juicios de sus responsables.

¿Incluiría Roque en un nuevo poema la historia de una niña de diez años que, con su padre y madre invidentes, huyó de las extorsiones pandilleras y la muerte violenta por no pagarlas? Con veinte dólares prestados, cuentan sus progenitores, esa criatura los guió en la Guatemala que atravesaron durmiendo en la calle y sin tener para comer. Un solidario conductor de camión los acercó al sur de la frontera mexicana, que atravesaron para ingresar a un albergue. Después les reconocieron su condición de refugiadas.

¿Cabrían en su lírica, además, las víctimas de violaciones de sus derechos humanos sobrevivientes y las también víctimas por ser familiares de las ejecutadas y desaparecidas forzadamente, cuyas demandas siguen sin ser escuchadas ni por los anteriores ni por este Gobierno?

Entre la gente salvadoreña que sale del país, hay diferencias. Las y los “hacelotodo”, “vendelotodo” y “comelotodo” emigraron y emigran a montones, sin importar los riesgos que enfrentarán en el trayecto. Escapan de la muerte lenta y la muerte violenta. Pero también están quienes viajan al extranjero a estudiar en costosas universidades, vacacionar en sitios paradisíacos, comprar en exclusivísimos centros comerciales e ‒incluso‒ a abortar. Es el reflejo de la abismal desigualdad salvadoreña, derivada de la exclusión económica y social que siempre ha golpeado a las mayorías populares.

¿Estarán estas condenadas eternamente a sufrir y sufrir? ¡No! ¿Es posible transformar esa injusta realidad? Pues sí. Nuestra historia, esa que ahora un atrevido quiere trastocar o hasta borrar, nos lo enseña. En enero de 1833, Anastasio Aquino se insurreccionó y logró hacer trastabillar al poder; en enero de 1932, un levantamiento indígena campesino mal armado o armado de hambre y dolor, continúa siendo ejemplo de lucha popular como también lo es la apoteósica manifestación del 22 de enero de 1980. Se puede, pues, volver a organizarnos para la lucha. Eso sí, sin permitir que lo conquistado se lo vuelvan a robar.