Las notas de prensa y audiovisuales de repente comenzaron a llenar el espacio con una palabra central, Glasgow; que por supuesto atrapó la atención de inmediato por su fuerza y ritmo. Pero Glasgow, esta vez habla de la sede de la Cumbre Mundial del Cambio Climático que viene de celebrarse en Escocia, ciudad que ha devenido en centro cultural británico, innumerables cafés (quizás hecho con granos de Santa Ana o Guachapán), museos, salas de conciertos, tiendas de lujo y bonhomía, enmarcada entre construcciones medioevales, victorianas y modernas, asentadas frente un río que desciende de las Tierras Altas de Escocia.

Ya esto de Tierras Altas son palabras mayores, tratándose de Escocia, pues de allí provienen las aguas puras y cristalinas transformadas en un Balvenie, Glenlivet, MacCallan, Edradour, Buchanans, Chivas Regal, y hasta en un humilde Deward´s White label de un año.

Escocia, por supuesto, nos lleva al misterio del Monstruo del Lago Ness, mil veces retratado, pintado, narrado, pero nunca encontrado; pero allí está, en la leyenda del país. Y Escocia son las gaitas con su estridente sonido expulsado del aire de los pulmones de un imponente escocés vistiendo su kilt ( el Scottish Highland Dress, esa faldita multicolor que portan en fechas especiales nacionales o familiares). Y cómo no rememorar al héroe nacional William Walace, enfrentado al rey inglés Eduardo I por mantener su independencia, traicionado por su propia gente, encerrado en la Torre de Londres, arrastrado por un caballo por la ciudad antes de su ejecución y descuartizado su cuerpo, para esparcirlo hacia los cuatro puntos cardinales. Gesta histórica llevada a la pantalla grande, interpretada, dirigida y producida por el atormentado actor australiano Mel Gibson en 1995, bajo el nombre Braveheart (Corazón valiente), filme que se hizo acreedor de cinco Oscar, incluyendo el de la mejor película del año.

De Escocia provienen escritores de la talla de Robert Louis Stevenson, Sir Walter Scotch y, por supuesto, la muy popular contemporánea escritora J.K. Rowling con su saga Harry Portter. Y por si fuera poco, al Dr. No de Ian Fleming, James Bond, el agente 007 que extermina al siniestro doctor, más malo que Maduro, Ortega, la Mara Salvatrucha y la Murillo juntos, fue interpretado siete veces por el recién fallecido actor escocés, Sean Connery.

De modo que observar a la atormentada adolescente sueca (ya entrando a la adultez) Greta Thumberg, mejor conocida como “el terror de los capitalistas contaminantes”, marchando megáfono en mano por las calles de Glasgow, no tiene porque sorprendernos, y menos que le haya exigido a los Presidentes, Primeros Ministros, científicos y Organismos Internacionales allí reunidos, con el fin de participar en la COP 26, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que “dejen el bla, bla, bla y aporten soluciones concretas a la crisis climática”, por la que atraviesa el planeta. Allí estaban todos, de Biden en adelante, pero no estuvieron presentes Putin ni Xi Jimping, dos de los tres países más contaminantes de la humanidad.

Extraña e irresponsable ausencia, porque si el efecto invernadero producto de la producción de gases industriales contaminantes, acompañado por la destrucción de bosques y humedales, hacen crecer las aguas de los océanos, no solo desaparecerán los poblados costeros de Europa y América, sino de los de Asia, Oceanía y el Medio Oriente. Las bacterias y virus hasta ahora desconocidos por el hombre contemporáneo, que han permanecido congelados por millones de años en los témpanos de los polos, al desprenderse y descongelarse se esparcirán por el mundo como el actual Convit 19, quedando sus efectos devastadores a la imaginación del lector.

Existen otras contaminaciones tan letales como la del gas carbónico, de las cuales tendremos que hablar en algún momento, como la sónica, lumínica, demográfica, y hasta la política que hoy haces estragos en la humanidad, tal como en Cuba, Argentina, Nicaragua, Venezuela, Corea, Etiopia, Irán, Siria, Bielorrusia, y las conocidas en nuestro entorno.