Uno piensa que por estar finalizando el año 2021 y en la antesala del 22, deberíamos escribir reflexiones en positivo; como si fuera una especie de sortilegio para que los buenos deseos, la paz, la honestidad, la prosperidad, la salud, el clima, se transformen a las doce y un minuto en punto del 31, en realidad personal, nacional y planetaria.

Y debería ser así para los creyentes y los increyentes de buena voluntad; en todo caso es un propósito que justifica la convivencia humana. Pero en realidad, eso no nos viene del cielo, no cae como la lluvia de verano, las hojas del otoño o la nieve del invierno. Tampoco agitando la varita mágica de Harry Potter, ni con el gracioso movimiento de la nariz de “Mi bella genio”, magníficamente interpretada por la muy simpática actriz Bárbara Eden, en aquella serie de televisión que acaparó nuestra atención, y todos queríamos ser el piloto astronauta Tony Nelson, interpretado por el actor Larry Hagman. Queríamos serlo porque estábamos prendidos de la genio y su graciosa nariz, y podría hacer realidad nuestros deseos.

Pero era eso, solo una serie divertida, con personajes divertidos que nos hacía pasar el tiempo, olvidando la realidad del mundo que nos rodeaba, en el planeta, en nuestro país, en nuestra familia y en lo personal. Quizá esa búsqueda de hacer desaparecer los conflictos, las enfermedades, las contrariedades, intentamos suplirlas con la búsqueda de un Dios genio, que con su poder, venga a resolver nuestras carencias, temores y problemas. Que calme las aguas, los huracanes, los tifones y deforestaciones. Que nos libre de dictadores, psicópatas, coronavirus, mareros y terremotos; y encima que no toque la lotería.

Pero es que hay que hacer algo más que pedir al Dios genio que nos resuelva nuestro problemas planetarios, nacionales y personales, hay que actuar. Si se quiere ganar el número sortario de la lotería, lo menos que debemos hacer es comprar un ticket. Si se quiere la paz, hay que disponerse a asumirla, para todos, porque no puede haber paz en un conflicto que se quiere superar, para una sola de las partes.

Hay crisis política, institucional, económica en El Salvador, pero también la hay en Venezuela, Perú, Francia, Reino Unido, Chile y en los propios Estados Unidos de Norteamérica. Crisis serias, en mayor o menor grado según la magnitud de sus respectivas realidades económicas, políticas e institucionales, y todas ellas se reflejan en realidades personales, magnificadas o no, según se les perciba o estemos preparados para asumirlas.

Al final, no hay conflicto o paz alguna que no parta de uno mismo, de la postura filosófica, existencial, ética, humanista o religiosa que se posee y asuma. Y todas parten de una disposición tan sencilla que nos parece inverosímil o irrelevante, que es la humildad. La humildad para asumir que no somos el principio y el final de todas las cosas, el centro del universo, que nos merecemos los dones existentes. La humildad de reconocernos parte de un universo donde todos tenemos los mismos derechos y deberes y, la misma naturaleza humana. Que, como nos dice el Papa Francisco: “Si el Evangelio proclama la justicia, nosotros debemos ser los primeros en intentar vivir con transparencia, sin favoritismos ni grupos de influencia”, tal como señaló en su discurso de fin de año ante la Curia romana el pasado día 23, antes de pedirles seguir “la senda de la humildad”.

Y esa es la clave, la humildad, tal como lo exigen las grandes corrientes religiosas y del pensamiento humanista, como el cristianismo, el judaísmo como el origen de todas las religiones monoteístas, o el budismo, como filosofía de vida.

Sea pues, a partir de esta disposición humana, el asumirla como realidad existencial, y el inicio de toda convivencia humana y con la naturaleza, lo que nos permita alcanzar el fin de nuestro paso compartido en este planeta, en esta nación y la familia en la que estamos integrados.