Fedecamaras, en Venezuela, es una asociación empresarial semejante a la ANEP en El Salvador o el COSEP de Nicaragua. Es, quizá, uno de los gremios más antiguos fundados en ese país suramericano, que desde 1.944 ejerce una presencia determinante en la vida económica y política del país. Nació casi con la democracia representativa, bajo la presidencia del General Medina Angarita, el militar más civilista que los civilistas políticos del momento; no pudo terminar su mandato de seis años, porque un grupo de militares en convivencia con el partido Acción Democrática lo destituyó, a un año de terminar su período presidencial.

Quizá ese error histórico selló la suerte de Venezuela estampillándola en sus orígenes cerreros, una Capitanía General, tierra de paso, aventureros y buscadores de riquezas imprevistas ensoñadas en El Dorado. No en vano sus primeros pobladores fueron reos, desesperados sin nada que arriesgar, aventureros, comerciantes, y segundones en línea hereditaria.

Con el tiempo una apacible vida colonial asentada en un clima benigno del centro costero de ese territorio se prestó a la agricultura, la modorra de la tarde, al encuentro coloquial para el coqueteo, el cuchicheo, el comentario del último libro entrado por el puerto de La Guaira, y las pretensiones de “ese” Miranda de ser tenido como mantuano, lo que era inaceptable para la pureza de sangre y descendencia, en medio de cuarterones, mulatos, mestizos, aindiados y zambos.

Pronto esas distinciones no vendrían por el color, la pureza sanguínea o las insignias ganadas en batallas sino en las posesiones contantes y sonantes como se demostraría con el tiempo, la guerra federal, la creación en 1.878 de la primera compañía explotadora de petróleo La Petrolia, y el estallido del primer pozo petrolero de Venezuela en 1914, el Zumaque I.

Y como el estado, por disposición del mismísimo Simón Bolívar, según Decreto del 24 de octubre de 1.829 firmado en Quito: “… las minas de cualesquiera clases corresponden a la República...”, la administración de ese Estado fue el objetivo a alcanzar por la clase dominante, por aquello de: “Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” Mt. 6, 19-21.

De modo que aquella modorra del campo agreste agrícola y ganadera, que arrojaba tantos riesgos y desgastes, de repente se vio sorprendida con el hecho que se podría vivir sin tantos aprietos, con solo ser el, o cercano, al administrador

(el gobierno) de esa renta minera que por disposición del Libertador y herencia de las leyes de Indias.

La muerte del dictador Gómez en 1935 (de quien se dice, inspiró a García Márquez para escribir El otoño del patriarca), abrió las puertas a una nueva Venezuela que se descubrió unificada como país, dispuesta a entrar al siglo XX, abrirse a la modernidad por medio de la democracia, sus instituciones y sus valores, como la libertad de mercado y de asociación, medios de comunicación, escuelas y partidos, incluyendo al comunista.

Fedecamaras, pues, nació con la democracia, cuando el país se abría al intercambio comercial internacional y a la industria doméstica, bajo la protección del gobierno como único generador de divisas; pero igual, los sindicatos, los partidos, la iglesia, las fundaciones sin fines de lucro, todo el país activo giró alrededor de la riqueza del Estado y sus administradores. Por eso la política en Venezuela, desde entonces, ha sido una de las profesiones más lucrativas y atractivas del país, aún hoy en día, miserable como está.

Así las cosas, a pesar de honorables empresarios que han dirigido esa Institución, algunos de ellos comprometidos directamente en el tema social, el pasado 20 de julio celebró su 77 Asamblea General en la cual el presidente saliente Ricardo Cussano, en presencia de la inefable Vicepresidenta de Maduro, Delcy Rodríguez, literalmente se subsumió y puso a la orden para alcanzar juntos, los fines y objetivos trazados, ejecutados y a ejecutar por la narcotirania.

Está claro que para este gremio empresarial su tesoro no está en el país, la nación, la democracia, los derechos humanos ni en la dignidad del hombre. Y como el Cosep de Nicaragua en su momento, selló un pacto con el diablo a fecha cierta de ejecución.