Se dice que un día Dionisio, el dios del vino, pasó por el reino y su subalterno Sileno, el dios menor sobre la embriaguez reconocido por conferir poderes extraordinarios a quienes le adoraban, se quedó extraviado en Frigia y terminó de huésped en el palacio real. Al final de su cómoda estadía quiso recompensar al Rey Midas con cualquier deseo, quien inmediatamente pidió: “Quiero que todo lo que toque se convierta en oro”. Dicho y hecho, apartir de aquel día, todo lo que tocó se convertía en oro, hasta el agua y la comida, y así la obsesión por el oro y el poder terminó convirtiéndose en su mayor pesadilla.
Según Aristóteles la leyenda afirma que al final Midas murió de hambre debido a su extraño poder, todavía hoy, en la región de Anatolica Yazilikaya perdura la impresionante fachada de la tumba de Midas que data del siglo VII a. C. También son testigos de aquel mito el óleo “La Fiesta de Midas en honor de Dionisio y el Sátiro Sileno”, obra de Gillis Van Valckenborch que se exibe en el Museo Pushkin de Moscú; así como “La Calumnia de Apeles” del pintor Sandro Botticelli, expuesta en la galería Uffizi de Florencia y que se fundamenta en la descripción literaria de Luciano de Samosata sobre la extinta pintura de Apeles, alegórica al siglo IV a. C. En esta obra aparece El Rey Midas asesorado por la Sospecha y la Ignorancia.
Esta antigua narración sobre el Rey Midas es considerada una de las mayores lecciones para cualquier gobernante embelesado en el poder y la codicia; la referencia de “convertir en oro todo lo que toca” es la antítesis a la capacidad destructiva de lo que toca el poder omnímodo del gobernante. Así, en nuestro país, la ruptura del orden constitucional desde el 1 de mayo por el asalto a la Sala de lo Constitucional, la desmovilización de jueces, el control sobre la Fiscalía General de la República, el desconocimiento a la institucionalidad surgida de los Acuerdos de Paz, el pacto de gobernabilidad con las pandillas, el desmantelamiento de las municipalidades por la asfixia del FODES, la imposición del bitcoin como moneda de curso legal, las frecuentes violaciones a los derechos fundamentales, la amenaza de una reforma constitucional a la medida del monarca, y la inminente reelección presidencial continua, son una clara evidencia del poder destructivo de Bukele, que por cierto está tocando el límite de la paciencia social.
La multitudinaria marcha del 15 de septiembre es un enérgico mensaje de una amplia coincidencia de los más diversos sectores nacionales decididos a tomar las calles y las redes sociales, escenarios otrora exclusivos de antiguos partidos, y en el caso de las “redes sociales” era un monopolio del gobierno de turno. Esta movilización puso contra la pared a un gobierno que llegó al poder con el 27% de votos de la ciudadanía apta para votar. Hoy este régimen dictatorial enfrenta el creciente desencanto de amplios sectores que ven con desconfianza su gestión, mientras la agria respuesta de Bukele destila amargura, frustracion y resentimiento que amenaza convertirse en mayor represión.
Al fracaso del Bitcóin por el contundente rechazo nacional y las recurrentes fallas de la plataforma electrónica “Chivo”, le seguirá la coyuntura del Presupuesto General del Estado que presentará el Ministro de Hacienda este fin de mes, los pagos obligados a la deuda externa y las reivindicaciones de todos los sectores angustiados por el creciente costo de la vida, mientras ven el despilfarro de millones de dolares en crecientes actos de corrupción.
En nuestro caso, no solo lo que toca no se convierte en oro, por el contrario, se le termina escurriendo entre sus dedos y el de un gabinete incapaz de levantar la voz para no perder el favor del gobernante ¿A dónde vamos a parar?