A 35 años de la masacre en la UCA: memorias de un legado
Este año, bajo el lema: "Sembrando esperanza para cosechar libertad", la UCA conmemorará el aniversario del asesinato de los mártires: seis sacerdotes y dos colaboradoras.
Cinco días habían pasado desde el estallido de la ofensiva final, cuando la madrugada del 16 de noviembre de 1989, la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA) fue escenario de una tragedia que conmocionó a El Salvador: el asesinato de seis sacerdotes jesuitas, una colaboradora de la institución y su hija. Los sacerdotes españoles Ignacio Ellacuría, quien era el rector de la UCA; Ignacio Martín Baró, el vicerrector académico; Segundo Montes Mozo, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA; Juan Ramón Moreno Pardo, director de la biblioteca; y Amando López Quintana, profesor de filosofía de la UCA fueron brutalmente asesinados esa madrugada. También fueron asesinados el jesuita salvadoreño, Joaquín López y López, fundador de la UCA, y las dos colaboradoras, Elba Ramos, quien era cocinera de los sacerdotes y su hija, Celina Ramos, de tan solo 16 años. La matanza perpetrada por efectivos de la Fuerza Armada en el contexto de la guerra civil salvadoreña, tuvo un impacto profundo en la sociedad y en la comunidad internacional, al tratarse de figuras que abogaban por una solución negociada entre el Ejército y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Ellacuría, a quien supuestamente iba dirigido el ataque, era un filósofo español de 59 años, naturalizado salvadoreño y en ese momento rector de la universidad.
Referentes
En 1989, Roberto López era un estudiante de la UCA y hoy es catedrático del Departamento de Sociología. Él destaca el legado de los jesuitas como referentes de análisis y reflexión. Para López, su enfoque crítico y su capacidad para abordar temas complejos los convertían en figuras "muy buscadas por los periodistas”. Según López, el compromiso de los jesuitas es una lección histórica: "A pesar de tener la posibilidad de abandonar el país o buscar formas de protección, decidieron permanecer donde estaban”, afirmó.La representación de "los desposeídos”
La tragedia también alcanzó a Julia Elba Ramos, cocinera de la comunidad jesuita, de 42 años, y a su hija, Celina Mariceth Ramos, catequista de 16 años; ambas fueron asesinadas dentro de su pequeña habitación en la residencia universitaria. Elba fue encontrada abrazando a Celina, tratando de protegerla de los nueve disparos que ocasionaron la muerte de ambas. La catedrática e investigadora de la Maestría en Desarrollo Territorial de la UCA, Rommy Jiménez, reflexionó sobre el significado de sus muertes en su texto "Elba y Celina Ramos, símbolo de un martirio": "No puedo evitar pensar en que Elba y Celina, quienes formaban parte de los ‘desposeídos’, encontraron la muerte junto a aquellos que se habían manifestado y actuado de diversas formas en favor de ese pueblo trabajador”, expresó Jiménez. Jiménez recordó que, en sus primeros años como estudiante universitaria, don Obdulio, esposo de Elba y padre de Celina, solía explicarles el significado de las rosas plantadas en el jardín de los mártires. Cada rosa, sembrada en memoria de uno de los jesuitas asesinados, recibió los cuidados diarios de don Obdulio hasta su muerte en el año 1994.
"Su risa alegraba la cocina del teologado”, agregó. Para Cardenal, las vidas de los seis jesuitas junto a Elba y Celina Ramos están unidas por el martirio: "Aunque las vidas de los jesuitas ya tenían mucho en común, compartían una misma vocación, un mismo compromiso religioso y una obra, cada una es única e irrepetible”, expresó. Sin embargo, sus caminos se encontraron en la encrucijada del 16 de noviembre de 1989. "Ahí se unieron a una madre y su hija adolescente, cuya historia es muy similar a la de la inmensa mayoría de las salvadoreñas, quienes se unieron a ellos en el martirio”, concluyó Cardenal. Este 16 de noviembre se cumplen 35 años desde aquella barbarie que escandalizó a los salvadoreños, y a este tiempo aún no hay justicia por la masacre.