En el desierto de nuestra realidad nacional, el cardenal Gregorio Rosa Chávez ha sido una voz en el desierto. Un hombre humilde, discreto, sencillo pero bien claro de lo que un profeta cristiano debe ser en pleno siglo XXI. Hace cuatro años Rosa Chávez, obispo auxiliar de San Salvador, fue consagrado cardenal por el papa Francisco, un reconocimiento bien merecido para este hombre de Dios que nunca ha dejado de denunciar las injusticias.

La figura del cardenal Rosa Chávez es especialmente destacable dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica salvadoreña donde suelen prevalecer extraños silencios ante hechos relevantes de la vida nacional o respuestas ambiguas y el afán de quedar bien con todos. Rosa Chávez sobresale como digno sucesor de San Óscar Arnulfo Romero.

Su vida modesta, su prédica ejemplar, su labor diaria como pastor católico son dignos de ejemplo. La gente que lo conoce habla de él con profunda admiración y respeto. No solo porque pese a su alta investidura es como aquellos curitas de pueblo que los feligreses aman, sino porque escucha, atiende, aconseja.

La iglesia católica salvadoreña y las iglesias cristianas en general, necesitan de buenos y ejemplares sacerdotes y pastores, que guíen a este pueblo tan necesitado de orientación espiritual, de comprensión, de asistencia en las realidades que deben enfrentar. La voz en el desierto del cardenal Rosa Chávez nos llama todos los domingos a abrir sendas rectas del Señor, como decía Juan Bautista. A cuatro años de su investidura, tenemos que dar gracias por sus palabras y por su testimonio de hombre de fe.