Aunque El Salvador es de los países menos afectados por este flagelo, los carteles de la droga controlan México a sus anchas, operan con impunidad en Honduras, Costa Rica y partes de Guatemala, y por supuesto siguen produciendo droga desde Colombia, Venezuela o Ecuador. El gran mercado del norte sigue siendo insaciable y los tentáculos de la criminalidad transnacional siguen creciendo.
El problema es que la droga no es solamente un problema de consumo, de salud pública o de deterioro de valores morales para sus consumidores. El problema es que la droga es el motor de la destrucción moral de una nación porque corrompe todo lo que toca, impone el terror y destruye la columna vertebral de los estados.
Sino miremos el desafío enorme que enfrenta México que precisamente este domingo 2 de junio elegirá presidente bajo el asedio del narcotráfico que ha asesinado a docenas de candidatos y ha asediado y hostigado a centenares más por todo el país. El gobierno saliente de Andrés Manuel López Obrador parece haber llegado a una tregua cómplice con esas bandas y en su sexenio ha tolerado la criminalidad para "evitarse problemas".
De manera que combatir el narcotráfico debe ser una prioridad permanente para el estado salvadoreño, en todos sus niveles. Haber desarticulado las operaciones de las pandillas fue un primer paso, pero no es una lucha que se debe abandonar como compromiso para mantener a la sociedad salvadoreña libre de una pesadilla que no queremos ver repetida aquí.