Las imágenes que divulgaron el viernes las autoridades sobre los dos mil pandilleros que se convirtieron en los primeros inquilinos de la mega cárcel de Tecoluca, traen un profundo significado sobre el pasado de criminalidad de estos presos y un futuro oscuro entre cuatro paredes, enfrentando largas penas de prisión con las que probablemente nunca van a poder volver a ver la calle como hombres libres. También abre enormes retos para el futuro de nuestros jóvenes para que algo así no vuelva a suceder.

Esas imágenes traen muchas reflexiones consigo. Una juventud desperdiciada en la delincuencia y el crimen, causando profundo daño a la sociedad, asesinando, extorsionando, violando mujeres y jovencitas, asaltando, robando, asediando, intimidando vecindarios, traficando drogas, amenazando. Todos esos crímenes horrendos que conocemos y que se ganaron el repudio de toda la población.

La inmensa mayoría de los salvadoreños quieren verlos ahí, encarcelados, castigados, sometidos, humillados. Esos mismos delincuentes tatuados, que tantos daños nos causaron como sociedad, merecen el castigo más duro para que podamos recuperar la seguridad, la certeza de que nuestros hijos e hijas no recibirán el acoso y las amenazas de esos criminales.

Pero también viene la reflexión sobre esas vidas perdidas en el crimen. El gran desafío del gobierno y de la sociedad salvadoreña es que esta tragedia no vuelva a ocurrir. Que jóvenes pobres no se vuelvan a convertir en criminales y verdugos de su propia gente, sino que las nuevas generaciones encuentren las oportunidades de convertirse en personas de bien, productivas, sanas. Que no tengamos más generaciones perdidas en la delincuencia.