El viernes se cumplieron seis años del inicio de las protestas estudiantiles y ciudadanas contra la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua y que han terminado con un estado similar a Corea del Norte en plena Centroamérica.

La represión de la dictadura de Ortega y su impresentable esposa, Rosario Murillo, causó la muerte de más 300 nicaragüenses, el exilio de más de 600 mil personas, el cierre de más de tres mil organizaciones no gubernamentales, más de una treintena de universidades y todos los medios de comunicación independientes del país.

Desde 2018, más de 200 periodistas han tenido que exiliarse, más de 300 opositores, periodistas, líderes campesinos, feministas, sacerdotes y religiosos han sido desterrados y despojados de su nacionalidad, algo totalmente ilegal según la legislación nicaragüense, pero para Ortega la ley es su capricho y ha atropellado a toda voz disidente.

La persecución contra la Iglesia Católica ha sido demencial, demoníaca, han prohibido las procesiones religiosas, han cerrado los medios de comunicación de la Iglesia, han intervenido sus cuentas bancarias y han obligado al exilio a más de 60 sacerdotes, incluyendo tres obispos y a las religiosas de Madre Teresa de Calcuta.

El discurso de odio de Ortega y Murillo no tiene precedentes en Centroamérica, sus diatribas son una colección de rabia e intolerancia. Todo apoyado por un ejército y una policía inmensamente corruptas y con enormes violaciones a los derechos humanos.

Nicaragua es el peor ejemplo para la región de lo que una sociedad debe evitar para poder vivir en armonía y paz. Esperemos que los nicaragüenses encuentren el camino del reencuentro, la reconciliación y la democracia en el futuro próximo.