Este domingo los salvadoreños también elegiremos a 20 diputados del Parlamento Centroamericano (Parlacen), un organismo de deliberación política cuyas resoluciones carecen de valor legal para los pueblos de la región.

Sus funciones y facultades son intrascendentes, desde su primera sesión solemne el 28 de octubre de 1991 en la ciudad de Guatemala, no hay una sola resolución que haya cambiado o mejorado la vida de los pueblos de la región, todo son declaraciones líricas y a menudo, fruto de los vaivenes políticos de las fuerzas partidarias que dominan los países de la región.

Pero lo más grave es que el Parlacen se ha convertido en un refugio de políticos que van de bajada o que buscan conservar la inmunidad parlamentaria para evitar ser perseguidos judicialmente en sus países. Lamentablemente, ejemplos hay de sobra y los expresidentes -que automáticamente son electos diputados del Parlacen- son la muestra más evidente, pero también ha habido hasta narcotraficantes que llegaron al foro regional en busca del privilegio.

Si los gobiernos de la región no reforman el acta constitutiva del Parlacen y le dan facultades para qué sirva de algo, su papel seguirá siendo cada vez más intrascendente o seguirá siendo instrumento de manipulación geopolítica como lo ha hecho el dictador nicaragüense Daniel Ortega, o la búsqueda desesperada de protección legal como la del expresidente guatemalteco, Alejandro Giammattei. Por eso cada vez menos partidos postulan candidatos y cada vez menos centroamericanos marcan la papeleta de votación para ese propósito porque además, con esas funciones, cuesta demasiado.