Hace casi un año que el gobernante ruso Vladimir Putin negaba los rumores de que preparaba una invasión militar a la vecina Ucrania, algo que claramente era una mentira. A los pocos días mandó sus tropas con la creencia que vencería a los ucranianos en unas semanas, lo que no logró gracias a la resistencia valiente de ese pueblo y de la ayuda internacional.

A casi 12 meses de esa invasión, el mundo sigue soportando las consecuencias de esa guerra, una inflación galopante -fruto del aumento de los precios de cereales y agroquímicos que producen ambas naciones- y también un incremento notable de los precios de los hidrocarburos que notamos cada vez que llenamos el tanque de combustible.

El temor de una guerra nuclear -que creíamos disipado desde finales de los años 80- se ha vuelto a reavivar cada vez que los rusos insinúan esa posibilidad.

Pero ahora las tensiones no son únicas de ese conflicto. El reciente derribo de un globo espía chino sobre territorio estadounidense nos muestra que una nueva guerra fría ha empezado. La República Popular China además amenaza con crear otro foco de tensión con una posible invasión de Taiwán. A eso hay que sumarle Irán y los siempre desafiantes ayatolas, hoy cercanos a Rusia y China.

A veces pareciera que este siglo se está pareciendo demasiado al anterior con todas sus locuras. Esperemos que solo sean eso, tensiones. Que la invasión rusa en Ucrania termine pronto y que los otros potenciales escenarios bélicos sean solo retórica. Demasiado sufrimiento ya hay en el mundo como para entrar en una conflagración de mayores proporciones.