La vida del brasileño Dyhan Cardoso, de 19 años, dio un vuelco luego de que fuera seleccionado para integrar desde este mes la compañía estadounidense Atlanta Ballet, en Georgia, Estados Unidos.
“¿Será que estoy soñando?”, se preguntó cuando un colega le tradujo del inglés los halagos del director del ballet después de su audición, realizada en septiembre en la ciudad de Belo Horizonte, donde se presentó “sólo para seguir evolucionando”.
“Tiene un físico privilegiado y consigue hacer pasos muy difíciles con una calidad y estética extraordinarias”, describe su entrenador desde la adolescencia, el cubano Dadyer Aguilera.
Dyhan fue criado en Aglomerado da Serra, uno de los barrios más vulnerables de Minas Gerais, donde vive con sus padres y su hermana.
Desde la niñez, forjó su talento en una escuela de danza, donde fue becado, y ha avanzado hacia su sueño de bailar entre los mejores, ignorando prejuicios sociales. “En clase fui siempre el único varón, el único negro y el único pobre. No era cómodo, pero no me importaba”, dice el joven.
Nada lo desalentó. Ni la tradicional asociación de la danza a las élites, ni las burlas en el barrio, cuando dejó de jugar a la pelota por el baile.
“Si tienes un sueño, tienes que ir detrás y conquistarlo”, sentencia el esbelto joven que se dice “afortunado” por nunca haber pasado hambre. Él mismo pidió a los seis años participar de las clases a las que asistía su hermana Deyse, como parte de un programa comunitario. “Era como un juego, bailaba para descargar energías y no andar tanto en la calle”, cuenta.
Pero la danza se volvió cosa seria después de obtener una beca en una academia ubicada “en la zona rica” de la ciudad, en una prueba a la que fue invitado por una clienta del restaurante, donde su madre era cocinera.
Rompiendo esquemas
Hasta ese estudio pedaleaba a diario en su bicicleta antes de ir a la escuela, para aprender danza clásica “rodeado de niñas blancas”.Aunque en las competencias no siempre resultó ganador, nunca pensó en desistir: “Al contrario, estaba ansioso por entrenar de nuevo y evolucionar con las observaciones que hacían los evaluadores”. Solo le restó tiempo a su rutina de entrenamiento un trabajo en el bar de sus padres, ubicado en una colina de la comunidad.
Allí tenía que “atender, cocinar, entregar o cobrar”. Ahora le parece mentira dejar la barriada para emprender su primer vuelo fuera del país.
