Cinco días habían pasado desde el estallido de la ofensiva final, cuando la madrugada del 16 de noviembre de 1989, la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA) fue escenario de una tragedia que conmocionó a El Salvador: el asesinato de seis sacerdotes jesuitas, una colaboradora de la institución y su hija.
Los sacerdotes españoles Ignacio Ellacuría, quien era el rector de la UCA; Ignacio Martín Baró, el vicerrector académico; Segundo Montes Mozo, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA; Juan Ramón Moreno Pardo, director de la biblioteca; y Amando López Quintana, profesor de filosofía de la UCA fueron brutalmente asesinados esa madrugada.
También fueron asesinados el jesuita salvadoreño, Joaquín López y López, fundador de la UCA, y las dos colaboradoras, Elba Ramos, quien era cocinera de los sacerdotes y su hija, Celina Ramos, de tan solo 16 años.
La matanza perpetrada por efectivos de la Fuerza Armada en el contexto de la guerra civil salvadoreña, tuvo un impacto profundo en la sociedad y en la comunidad internacional, al tratarse de figuras que abogaban por una solución negociada entre el Ejército y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Ellacuría, a quien supuestamente iba dirigido el ataque, era un filósofo español de 59 años, naturalizado salvadoreño y en ese momento rector de la universidad.
Daniel Rivas es uno de los exalumnos del padre “Ellacu” y ahora es catedrático del Departamento de Comunicaciones y Cultura de la UCA. Recuerda con admiración a los jesuitas, con quienes compartió momentos que marcaron profundamente su vida.
“Ellacu', como le decíamos a Ignacio Ellacuría, era un verdadero intelectual, un filósofo reconocido internacionalmente. En sus clases nos enseñaba cosas fantásticas”, compartió Rivas, quien lo recuerda con especial cariño.
Ellacuría impulsó la carrera de comunicación social, un proyecto en el que Rivas participó como miembro fundador en la UCA en marzo de 1990, inicialmente llamada Licenciatura en Comunicaciones y Periodismo.
Otro de los jesuitas asesinados fue Amando López, quien había sido rector de la UCA en Managua, Nicaragua, entre los años 1979 y 1983, y cuando fue asesinado estaba en sus 53 años.
A él, Rivas lo describe como “una persona profundamente humana” y “un amigo espiritual” en quien confiaba plenamente. "Más que un simple amigo, fue mi confidente y guía espiritual, alguien con quien compartía una conexión total de confianza", expresó Rivas al recordar su amistad.
"Más que un simple amigo, fue mi confidente y guía espiritual, alguien con quien compartía una conexión total de confianza".
David Rivas,
Exalumno de sacerdotes jesuitas asesinados en 1989.
Rivas también convivió con otra de las víctimas de la masacre, el padre Juan Ramón Moreno, un teólogo y profesor universitario con amplia experiencia en el área químico-biológica, quien tenía 56 años, al momento de la masacre.
El ahora catedrático de la UCA lo recuerda como una persona con gran sentido del humor. “Era un bromista y a veces sus chistes eran un poco pesados”, manifestó entre risas. Además, compartió que ambos solían intercambiar cartas llenas de consejos y reflexiones, las cuales Rivas aún conserva.
También fueron asesinados Segundo Montes, un sociólogo y defensor de los derechos de migrantes y refugiados, a los 56 años; Ignacio Martín-Baró, pionero de la psicología de la liberación y fundador del Instituto de Opinión Pública (IUDOP) de la UCA, a sus 44 años; y Joaquín López y López, cofundador de la Organización Internacional Fe y Alegría, quien fue asesinado a los 71 años.
Referentes
En 1989, Roberto López era un estudiante de la UCA y hoy es catedrático del Departamento de Sociología. Él destaca el legado de los jesuitas como referentes de análisis y reflexión. Para López, su enfoque crítico y su capacidad para abordar temas complejos los convertían en figuras “muy buscadas por los periodistas”.Según López, el compromiso de los jesuitas es una lección histórica: “A pesar de tener la posibilidad de abandonar el país o buscar formas de protección, decidieron permanecer donde estaban”, afirmó.
“Su proximidad a las comunidades y víctimas del conflicto armado, les permitió construir un conocimiento más profundo que iba más allá de cifras y estadísticas, se trataba de un contacto humano genuino, de escuchar a quienes más sufrían y tenían menos oportunidades para salir adelante”.
Roberto López,
Catedrático del departamento de Sociología de la UCA.
La representación de “los desposeídos”
La tragedia también alcanzó a Julia Elba Ramos, cocinera de la comunidad jesuita, de 42 años, y a su hija, Celina Mariceth Ramos, catequista de 16 años; ambas fueron asesinadas dentro de su pequeña habitación en la residencia universitaria. Elba fue encontrada abrazando a Celina, tratando de protegerla de los nueve disparos que ocasionaron la muerte de ambas.
La catedrática e investigadora de la Maestría en Desarrollo Territorial de la UCA, Rommy Jiménez, reflexionó sobre el significado de sus muertes en su texto "Elba y Celina Ramos, símbolo de un martirio": “No puedo evitar pensar en que Elba y Celina, quienes formaban parte de los ‘desposeídos’, encontraron la muerte junto a aquellos que se habían manifestado y actuado de diversas formas en favor de ese pueblo trabajador”, expresó Jiménez.
Jiménez recordó que, en sus primeros años como estudiante universitaria, don Obdulio, esposo de Elba y padre de Celina, solía explicarles el significado de las rosas plantadas en el jardín de los mártires. Cada rosa, sembrada en memoria de uno de los jesuitas asesinados, recibió los cuidados diarios de don Obdulio hasta su muerte en el año 1994.
El sacerdote jesuita y director del Centro Monseñor Romero de la UCA, Rodolfo Cardenal, recordó a Elba como una mujer fiel, discreta, intuitiva y alegre.
“Sabía reconocer en las caras de los teólogos, sus estados de ánimo. A los desanimados les hablaba con palabra sensata y sabia. Era muy sensible a las necesidades de los demás. Siempre estaba pendiente de los detalles. Era especialmente atenta con los familiares de los teólogos, a quienes hacía sentirse cómodos y en confianza”.
Rodolfo Cardenal,
Sacerdote jesuita.
“Su risa alegraba la cocina del teologado”, agregó.
Para Cardenal, las vidas de los seis jesuitas junto a Elba y Celina Ramos están unidas por el martirio: “Aunque las vidas de los jesuitas ya tenían mucho en común, compartían una misma vocación, un mismo compromiso religioso y una obra, cada una es única e irrepetible”, expresó.
Sin embargo, sus caminos se encontraron en la encrucijada del 16 de noviembre de 1989.
“Ahí se unieron a una madre y su hija adolescente, cuya historia es muy similar a la de la inmensa mayoría de las salvadoreñas, quienes se unieron a ellos en el martirio”, concluyó Cardenal.
Este 16 de noviembre se cumplen 35 años desde aquella barbarie que escandalizó a los salvadoreños, y a este tiempo aún no hay justicia por la masacre.