Cada año, cuando se acerca la Semana Santa, una mujer tranquila pero firme aparece entre los puestos del centro histórico de San Salvador. Es Elena Amaya, una artesana de mirada pasiva y manos incansables, que desde los 9 años dedica su vida a crear pequeñas obras de arte: coloridas palmas trenzadas, cruces decoradas con flores secas y otros tesoros que dan vida a la tradición.

Viene desde Yucuaiquín, La Unión, al oriente del país, viajando durante la madrugada para alcanzar a instalar su puesto antes del bullicio. Son más de cuatro horas de camino, pero para Elena no hay cansancio que valga cuando se trata de honrar la fe y el arte, que heredó de las mujeres de su comunidad.

Desde pequeña soñaba con llegar a la capital. “Yo siempre decía: ‘yo quiero ir a vender allá donde va tanta gente”, recuerda con una sonrisa. Pero su madre, temerosa por los peligros de la ciudad, no quería dejarla ir. Insistió tanto que un día, a los nueve años, consiguió permiso para acompañar a una señora de Yucaiquín que venía a vender.

Así, con una caja de palmas y con el deseo de venir a la capital, Elena pisó por primera vez las calles de San Salvador hace 35 años. “Yo siempre quise estar aquí”, dice con orgullo.

Captura de pantalla 2025-04-12 a las 4.40.16 p. m.
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Sus manos, curtidas por los años pero suaves al tocar cada flor de papel crepé, trabajan con precisión casi ceremonial. Cada pieza está hecha con materiales comunes como cartón, hilo, palma, colores pero cargada de significado de esta época de cuaresma para los artesanos con la parroquia.

“La iglesia siempre nos ha dado el espacio de venir”
, afirma mientras acomoda una corona de palma tejida con paciencia infinita.

Elena no solo vende, también conversa, comparte cómo realiza coronas que vende en el mismo Yucuaiquín , recuerda procesiones antiguas y se ríe con los niños que se fascinan con sus figuritas. Es parte de esa memoria viva que viaja desde los pueblos hasta el corazón de la ciudad para recordar la cultura de la semana santa.

“Mientras Dios me lo permita, seguiré viniendo”, asegura. Y en su voz hay algo más fuerte que el cansancio: hay historia, hay raíces, hay amor.

Ella es una de las casi medio centenar de mujeres que están en el atrio de la iglesia El Calvario del Centro de San Salvador, en la víspera del Domingo de Ramos.