En una noche lluviosa del 9 de agosto de 1995, el vuelo 901 de la hoy desaparecida aerolínea guatemalteca Aviateca se estrelló en el volcán en San Vicente. En tierra, entre árboles y matorrales, apenas quedan fragmentos del tren de aterrizaje y del fuselaje del Boeing 737-2H6, matrícula guatemalteca, en algún rincón del Chichontepec. Sin embargo, para quienes vivieron de cerca la tragedia, las imágenes permanecen imborrables: el estruendo ensordecedor, el cielo encendido, el olor a quemado. Y el silencio que vino después. No hubo sobrevivientes, 65 personas perecieron.
En las faldas del volcán de San Vicente o Chinchontepec, sus pobladores recuerdan aquella noche, el “gran deslumbre”.
Las huellas físicas del accidente prácticamente han desaparecido, pero los recuerdos siguen tan nítidos como aquella tormentosa noche. En tierra, entre árboles y matorrales, apenas quedan fragmentos del tren de aterrizaje y del fuselaje del Boeing 737-2H6, matrícula guatemalteca, en algún rincón del Chichontepec. Sin embargo, para quienes vivieron de cerca la tragedia, las imágenes permanecen imborrables: el estruendo ensordecedor, el cielo encendido, el olor a quemado. Y el silencio que vino después.
“Ese avión, venía atravesado, al lado norte, me sorprendió porque venía bien bajito. Entonces, yo le digo a mis hijos: ‘Abrí la puerta, porque un avión va bien bajito’, y a mí me sorprendió porque ni está cerca el aeropuerto y venía a una altura bien baja, no sé qué será lo que pasa, le digo yo a mis hijos, cuando estábamos nosotros afuera en el corredor, lo que vi yo fue un gran deslumbre y el estruendo”, relata Juan Orlando Ayala, residente de Tepetitán, , una de las comunidades de San Vicente que presenció el horror desde la falda del volcán.
El vuelo 901 de Aviateca, con destino final en Costa Rica y escala en El Salvador, se estrelló a las 7:30 p.m., cuando intentaba aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Comalapa (hoy San Óscar Arnulfo Romero). Una fuerte tormenta y errores de navegación durante la aproximación final provocaron que la aeronave impactara de frente con la ladera del volcán. A bordo viajaban 58 pasajeros y 7 tripulantes. Nadie sobrevivió. Fue, y sigue siendo, la peor catástrofe aérea en la historia de El Salvador.
“Allí se murió toda la gente, allí no quedó nadie vivo, si eso deslumbró toda la zona, gran explosión se oyó. Algunos se tiraron, no sé, no sé que pasó, unos se quedaron trabados en los palos vea, eso es lo que supe el siguiente día”, recuerda Ayala.

El amanecer del horror
Cuando las primeras noticias del accidente comenzaron a circular la noche de aquel 9 de agosto, periodistas, rescatistas, policías y soldados emprendieron una carrera contra el tiempo.
“Dónde está la sombra, cabalito, allí por ese costado por donde está la sombra, al pegue de la nube para allá en el filito, allí cabal pegó el avión”, dice señalando el volcán don Carlos Montoya, militar retirado y guía para subir al volcán en Guadalupe, San Vicente.
En plena noche agostina, bajo una lluvia persistente, ascendieron el volcán guiados solo por linternas, instinto y miedo. Tropezaban con piedras, raíces, ramas. La niebla lo cubría todo.
“Era casi de mañana cuando creímos haber llegado al sitio. Nos caían gotas en la cabeza y la cara. Cuando aclaró, descubrimos que era sangre, mezclada con el agua que chorreaba de los árboles”, contó alguna vez Porfirio Osorio, fotoperiodista fallecido años después. Estuvo entre los primeros en llegar al lugar del siniestro. Los cadáveres esparcidos y el hedor a quemado que flotaba, según dijo, jamás pudo olvidar.
El radio del accidente abarcó casi 500 metros. De acuerdo a los registros, el impacto fue a 5773 pies o 1760 metros (el volcán tiene una elevación de 7,159 pies o 2,182 metros).

Pedro Flores, empleado municipal de San Vicente y en aquel entonces miembro de la Cruz Roja, recordó el caos del rescate.
“El avión pegó en el lomo de la hembra —la cima más baja del volcán—. Llegar ahí fue un caos. Para sacar a esa gente (las víctimas), fue complicado”, relató Flores.
La investigación oficial concluyó que el accidente fue provocado por una combinación fatal: descenso prematuro de la aeronave, mal clima y fallas de comunicación con el control aéreo. El informe técnico señaló una “pérdida de conciencia situacional” por parte de la tripulación. No se detectaron fallas mecánicas, y tampoco se establecieron responsabilidades penales.
Familiares de las víctimas emprendieron acciones legales contra Aviateca y TACA, las aerolíneas que operaban el vuelo. Algunas obtuvieron indemnizaciones mediante acuerdos extrajudiciales confidenciales, pero otras quedaron fuera de toda compensación. En 1997, un tribunal salvadoreño cerró el caso sin emitir sanciones penales.

Memoria en ascenso
Este 9 de agosto se realizará una caminata conmemorativa. Partirá desde el cantón Agua Agria, en Guadalupe, y tomará al menos tres horas de ascenso hasta llegar al lugar del impacto.
Carlos Montoya, presidente de la Cruz Roja local, es un militar retirado y entrenador de fútbol infantil, ahora dedica parte de su vida como guía entre las veredas del volcán.
Según él, la caminata tiene como objetivo mantener viva la historia.
“La idea es que los jóvenes conozcan lo que ocurrió. Es parte de nuestra historia”, explicó.
• Con reportes y fotografías del periodista Rafael Cerna