Como una especie de gran explosión que busca donde proyectarse, podemos advertir que el deseo siempre se encuentra presente en nuestras vidas. Inherente a cada pálpito, navegando por el torrente sanguíneo, ese que secretamente impulsamos día a día, pues yace en los cimientos propios de nuestra alma.

Amoldado permanentemente a los rígidos marcos religiosos y morales, el deseo es un sinónimo de rebelión a lo estático. Es un querer saber, conocer, vivir experiencias más sensoriales. Busca crear algo que ya nació pero que intenta materializarse en alguien más. Deseo que tiene un único camino, el natural, el que nace desde dentro y emerge por simple naturaleza humana.

Seguro que existe un oráculo que guarda los porqué y los momentos en los cuales nacen los deseos en cada ser; la singularidad de cada uno de ellos, caracterizados por las afrentas de los mismos o la permisibilidad que solo la valentía pueden darle el respaldo que necesitan, así como la comprensión de que la psiquis es única y poderosa que sacude a la misma naturaleza humana sin tan siquiera ser materia.

Siendo seres bio- psico- sociales, sabemos que las acciones que realizamos tienen eco en nuestro alrededor, tanto que pueden cambiar realidades ya existentes. Por lo tanto, si evocamos una magnífica enseñanza del Bhagavad Guita, en la corriente espiritual del hinduismo, nos dice que cuando el deseo aparece no debe negarse, pero si debemos situar nuestra mente en un nivel superior y cuestionar su existencia. Observando su raíz y como será nuestro actuar, será de provecho para nosotros y los demás o es tan solo un deseo que emergió de un estado básico rozando el instinto biológico, que luego de cumplirlo llega la saciedad silenciosa a recordar que hemos sido presa como en un pasado primitivo.

El deseo nos recuerda que estamos vivos, que en la mayoría de ocasiones está implícito el sentido de bienestar anhelado, organizado en nuestra mente con los elementos ya conocidos pero con una potenciación de los mismos; en el deseo pueden estar aguardando aptitudes, destrezas que aún no sabemos que las tenemos pero que están allí, esperando la oportunidad de salir, convertirse en arte, inventos, ideas que pueden mostrarnos y mostrarles a los demás nuevos puntos de vista.

Mucho dependerá de lo que nos rodeemos en nuestra vida, lo que acunemos en nuestra mente que es el terreno fértil que propicia recoger las semillas que serán deseos después, estas semillas crecerán con suficiente sol o se pudrirán en exceso de agua.

Ivette María Fuentes es Lic. en Ciencias Jurídicas