No debemos desesperar, hija mía, dijo Joaquín a María. El nuevo gobierno ha prometido la mejora del sistema educativo y no tenemos ninguna razón para no creerles. Mira lo que han hecho con las carreteras, los edificios, el turismo, sin contar con la seguridad que ahora sí tenemos. ¡Hay que darles tiempo, que San Miguel no se construyó en un día!

Joaquín, en el fondo sí dudaba del Gobierno, de este y de todos los pasados. El clima político actual se caldeaba, la economía de los pobres no mejoraba, la migración al norte continuaba, y los jóvenes de las comunidades pobres, desaparecían o se escondían. Joaquín, como muchos lugareños de la playa, quería creer. Estaba cansado de la mentira, de la corrupción y el desengaño del pasado. Necesitaba creer para poder seguir levantándose cada madrugada; machete en mano, para seguir limpiando y regando su milpa. Necesitaba creer, para perderse en la mirada y sonrisas de su nieto. Sabía, que no quería su realidad para él, y que la educación era el único escape de su mundo, pero odiaba imaginar sus tardes sin él. Por ello, necesitaba creer.

El hijo de los dioses no tiene tiempo para esperar que el sistema educativo de nuestras escuelas mejore, le respondió María, especialmente aquí en la costa. Tú sabes mejor que yo que esta área del país siempre ha sido olvidada. Las mejores escuelas y los mejores maestros se quedan en las ciudades, nadie se quiere venir a refundir a estos lugares, aunque les estén ofreciendo un bono, no es suficiente aliciente. La gente de la ciudad se aburre en nuestras comunidades, están acostumbrados a otro ritmo de vida, y a las comodidades; que, según ellos, les ofrece la ciudad. Y el bendito Gobierno se obstina en querer mandarnos gente de afuera, en lugar de formar maestros que residan en las comunidades. Ellos sí regresarían a trabajar por nuestros niños. Si ni siquiera médicos tenemos. Cada año solo vienen esos niñatos sin experiencia, que a los tres meses ya están solicitando cambio. No hay medicinas, no hay ambulancias, no hay nada en esta bendita tierra. Perdona padre, por mis arrebatos y frustraciones, agrego María, amo esta tierra y tú lo sabes. Pero no sé qué hacer. Nada cambia, es lo mismo de siempre.

El hijo de los dioses seguía creciendo, maravillado por su entorno. Hoy es viernes, piensa el hijo de los dioses, mañana no habrá escuela. Me levantaré temprano e iré a la milpa con mi abuelo. Al calor de la tarde, las clases continúan, su mente se divaga pensando en la brisa de la mañana, el camino a la milpa bajo los árboles frondosos arrullado por el canto persistente y sonoro de los pericos, que siembran el lugar. El hijo de los dioses ama su entorno y no concibe moverse a la ciudad. El calor, el asfalto, su ruido perenne y violento, esas multitudes de transeúntes con sus caras de angustia impaciente, sus miradas desterradas de humanidad. No quiero irme de aquí, piensa desconsolado, aunque en el fondo sabe que sus días en la costa están contados.

Es la última hora de la tarde. Su maestra discute con sus alumnos el deber y respeto del ciudadano hacia la patria, su constitución, y su joven líder presidente. Nuestra constitución se escribe ahora como ayer con la misma pluma, dice la maestra, nuestra patria entiende cualquier idioma, y nuestro presidente nos ama con la virtud de un padre. Afuera, en la cercanía de la escuela, se escucha un rumor seco y rítmico de pasos, levantando el polvo de la calzada central. Un regimiento marcha sobre la calle, recordándole al ciudadano el amor paternal de su presidente. El noticiero del canal oficial anuncia, sobre la alta presencia policial, el magistrado del TSE dijo que, aunque no lo han solicitado, tienen un convenio con la PNC. Agregando que se ve bien que haya seguridad. Es la primera vez en nuestra historia republicana, dice la maestra, que nuestro país sostiene elecciones libres y democráticas. Los niños sonríen, sorprendidos de la emoción profunda que muestra su maestra. El hijo de los dioses no entiende el sobre entusiasmo de su maestra. Lo único que ha cambiado, piensa, es la cantidad de soldados en la calle.