Cada 15 de septiembre Centroamérica se llena de actos cívicos y desfiles en las escuelas, por supuesto no faltan las imágenes de presidentes, ministros y legisladores enunciando discursos y demostrando su orgullo independentista. En esa misma fecha, a nivel mundial, se celebra el Día internacional de la democracia, ¿ironía?, ¿coincidencia? Prefiero verlo como una oportunidad para ir más allá de los discursos patrióticos y reflexionar si en más de 200 años hemos avanzado en la construcción de Estados independientes y democráticos que garantizan los derechos sociales, políticos y económicos de su población.

Me gustaría repetir y creer sin cuestionar los discursos patrióticos, llenos de orgullo nacional, pero la realidad y el contexto de nuestra región me dicen otra cosa, una realidad que resulta muy poca esperanzadora y que pone en evidencia que nuestra independencia aún es un proceso inconcluso. Parece que, en dos siglos, nuestros países, más que logros de los cuales enorgullecerse lo que hemos acumulado son deudas históricas.

Centroamérica se caracteriza por la falta de desarrollo y cohesión social, altos niveles de pobreza, desigualdad, violencia e inseguridad, que se combinan con un limitado acceso a servicios básicos de educación, salud, infraestructura, entre otros bienes y servicios públicos, provocando que muchos de sus habitantes tengan como única alternativa migrar, para buscar, fuera de sus fronteras, oportunidades de mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias.

En materia ambiental la región también sigue acumulando deudas. Los recursos naturales y el medio ambiente son utilizados como la moneda de pago por una supuesta búsqueda de crecimiento económico. En consecuencia, los habitantes viven ante la constante amenaza de riesgos ambientales y climáticos que menoscaban las posibilidades de desarrollo y bienestar.

A lo anterior se suma, los retos económicos de una región que, ante la ausencia de estrategias efectivas de transformación productiva y atracción de inversiones, sigue siendo altamente vulnerable ante los vaivenes de la economía mundial; con un mercado laboral con problemas estructurales como el alto desempleo, los bajos salarios y los altos niveles de informalidad.

Y, por si fuera poco, pareciera que Centroamérica está empecinada en menospreciar el rol que la política fiscal puede tener en la construcción y legitimación de Estados democráticos. Con unos ingresos bajos, que se recaudan de manera regresiva; con presupuestos insuficientes para garantizar derechos; y, un manejo de la deuda pública insostenible, la política fiscal de la región está lejos de convertirse en una herramienta para el desarrollo y la democracia.

Y ni qué decir del ámbito político, en lugar de avanzar hacia la consolidación de la democracia, parece que la región se empecina en repetir los capítulos más oscuros de su historia. De acuerdo con el Índice de Democracia, para 2021, en la región solo Costa Rica puede considerarse un país democrático; Nicaragua, es catalogada como un régimen autoritario; y, Guatemala, Honduras y El Salvador, son regímenes híbridos en los que prácticas democráticas conviven con prácticas autoritarias.

Es lamentable cómo, de manera recurrente, dictadores se perpetúan en el poder violando las Constituciones a su antojo, saqueando las arcas públicas, todo ello con la venia de los poderes privados y militares. Después de 200 años, nuestra democracia aún está a merced de tiranos a quienes la rendición de cuentas, la transparencia, la libertad de expresión, la libertad de prensa y la participación ciudadana les hacen estorbo.

Conmemorar la independencia no debería reducirse a cantar himnos o recitar oraciones a la bandera, este debería ser el momento para cuestionarnos por qué nuestra región no ha logrado independizarse de la pobreza, la desigualdad, el hambre o la inseguridad; debería ser el momento para dejar de idealizar a políticos corruptos, dictadores, que para saciar sus ansias de perpetuarse en el poder gobiernan con base al odio, la división, la criminalización y la persecución del disenso. Conmemorar la independencia debería ser la oportunidad para exigir la garantía de los derechos y el bienestar de todas las personas en el marco del ejercicio democrático del poder público, tal vez así en el futuro cada 15 de septiembre podamos celebrar vivir en una región independiente y democrática.