Según el científico, inventor y empresario norteamericano Thomas Alva Edison, la mayor debilidad del ser humano es rendirse, mientras que la forma más segura de ganar es intentarlo siempre una vez más. Esto la mayoría de personas con un leve sentido de coherencia, madurez emocional y sentido común lo comprende, sin duda, pues quedarse en la frustración y la queja no provee de verdaderas herramientas para crecer y superarse, sino más bien acumula lastres y obstáculos que la persona misma se pone delante de sí para no poder avanzar.



Sin embargo, en la última década en nuestra cultura occidental ha surgido la figura de la victimización. Para poder pertenecer a un grupo “selecto” de personas (en su mayoría minorías) que exigen una fortuita reivindicación a costa del resto de la sociedad, la actitud de la victimización es en realidad una estrategia política utilizada por las nuevas izquierdas para tener un campo fecundo en el cual trabajar, pues ya la bandera de lucha del proletariado y en contra del capitalismo es inútil, así como la batalla por la liberación sexual, que fue un segundo campo de batalla de estas ideologías.

Al verse despojadas de estas banderas históricas, ciertas escuelas ideológicas quedaron huérfanas de referentes, por lo que optaron por volverse hacia el campo de las minorías marginadas, donde aplican esta “filosofía” del victimismo como arma arrojadiza. Entonces usan los sentimientos de culpa, dirigiéndolos al resto de la sociedad, y ahí es donde han terminado anidando todos sus esfuerzos, económicos, sociales y hasta académicos.



El victimismo, por supuesto, puede tener manifestaciones muy diversas y promoverse a partir de numerosas causas. Una de sus principales características puede calificarse de “elitismo moral”, pues forzosamente implica que ciertos tipos de personas se perciban a sí mismas como superiores moralmente a otros grupos, a los que de inmediato pasan a ubicar justo en el extremo de sus ideas o causas. El color de piel, el “género”, la preferencia sexual, la raza, las creencias, entre otras, se convierten así en una especie de tribus que socialmente parecen justificar el reclamo de “nuevos derechos”, pues el victimismo consigue manipularnos con éxito a través de esa sensación de culpa y mediante el señalamiento moral. Puestas así contra la pared, muchas sociedades van cediendo ante estas sorpresivas exigencias, incluso yendo contra la lógica más elemental y hasta arriesgando el concepto mismo de justicia.

Estamos, entonces, delante de una nueva especie de dictadura: la de las emociones, que terminan por convertir a la sociedad actual en un fantoche de cristal al que todo le ofende. De hecho, el movimiento progresista, hoy denominado “Woke” (en inglés), es el que ha abanderado esta lucha por las nuevas sensibilidades, utilizando la efectiva cultura de la cancelación ante cualquiera que opine diferente o se comporte contrario a estos nuevos “valores” de victimización, con el apoyo de organizaciones internacionales, empresas y gobiernos.

Por suerte, gracias a una efectiva batalla cultural opuesta a este movimiento, la sociedad está tomando conciencia del daño que ha causado esta extorsión moral y emocional, centrada en desvincular de su responsabilidad al individuo ante sus actos y culpabilizando a los demás.