Ya lo dijo Roque Dalton y Gabriel García Márquez sobre lo que son los salvadoreños. El salvadoreño nunca se rinde, siempre busca la solución a un problema, siempre busca amigos para poder salir adelante. A veces, hasta le mete el cuchillo por la espalda al mejor amigo; lo que le interesa, es salir de su apuro. Siempre anda acabado, pero eso no le hace infeliz. Siempre logra cumplir el objetivo, aunque haya dejado en bancarrota hasta a sus padres.

El salvadoreño se reconoce en todo el mundo, es metido, intrépido, mentiroso, sabelotodo, y quiere siempre ganar, aunque sabe que, en ocasiones no lo logrará. Además, se enoja rápido, pero luego, está contento. El salvadoreño se reconoce diciendo malas palabras, es mal hablado por naturaleza, lo aprendió en su casa (con sus padres, hermanos, tíos y abuelos), con los vecinos, en los medios de comunicación, en la escuela y hasta en la iglesia.

El salvadoreño se la rebusca, siempre está en asiento VIP en un concierto, aunque se haya quedado sin nada en sus bolsas o se lo ganó en redes sociales. El salvadoreño no se detiene ante nada, aunque haya tráfico, manifestaciones, toques de queda, régimen de excepción, guerras y hasta terremotos. En las cantinas quiere ganar la apuesta de quién es el que toma más cervezas. El salvadoreño es mujeriego y se jacta de contar cuántas ha tenido en su vida. El salvadoreño es cachimbón para todo.

El salvadoreño ayuda a los que siempre le piden ayuda; si no lo tiene, hace el intento y hasta lo imposible para quedar bien; compra el libro por plante, pero no lo termina de leer. Mejor revisa las redes sociales. El salvadoreño que se queda sin trabajo, se sube a los buses a pedir, no le da pena, prefiere decir “mejor pido y no robo, para mientras me sale la chamba”.

El salvadoreño es consumista, siempre está en algún “food court”. Las remesas se las sabe gastar. Al crecer sabe que también emigrará. Le miente a medio mundo, pero al final resuelve los problemas. Le dice al cobrador “la siguiente semana”; le dice a la mamá “volveré luego y llega a las tres de la madrugada”.

El salvadoreño le gusta siempre tener el mejor celular, aunque no tenga saldo y se quede sin el sueldo completo. Les hace “scanner” a las mujeres, se la come viva, las observa de pie a cabeza. Ella mejor se hace la desentendida. El salvadoreño dice ser amigo de todo el mundo, de tener cuello y hasta lucir las fotos en las redes sociales. El salvadoreño es “survivor”, puede pasar días sin comer, no se muere, siempre sale de su casa a ver qué encuentra, come hasta de la basura y no se muere.

El salvadoreño no es puro, está cruzado; hay cheles, morenos, chinos, altos, bajos, indígenas, etc. Que alguien se deje de ingenuo que tiene sangre azul o “pedegrí”. El salvadoreño tiene todo gratis: todos los cables de televisión, wifi, internet, etcétera. Puede vivir pobre y es feliz, siempre se las rebuscará o venderá algo para comprar las tortillas. El salvadoreño es pleitista y vota por el candidato que le regala más. Es amigo de todos los políticos, es vivo, no maje; lo que le interesa es sacar raja política.

El salvadoreño es feliz con el presidente que tiene. Cuando está de malas pulgas, mancha paredes, protesta, escribe insultos y groserías en las redes sociales, pero no cambia a su presidente. Si hay paro de buses, toma sus chancletas, tenis y ¡a caminar se ha dicho! No importa si está cayendo un gran aguaje. La escuela o el trabajo le esperan, nada lo detiene. Si es necesario va colgado como mono en los camiones o en los buses. A veces hasta personas “trajeadas” van colgadas; la cosa es no detenerse.

Cuando hay un concurso de belleza, el salvadoreño esconde los chuchos criollos, manda a otros lados a los indigentes y hace a un lado a los vendedores callejeros. El salvadoreño está por todo el mundo y se reconoce inmediatamente. Los verdaderos salvadoreños nunca se rinden.