Desde el 2015, en El Salvador comenzaron a medir la pobreza mediante cinco dimensiones: educación, condiciones de vivienda, trabajo y seguridad social así como salud, servicios básicos y seguridad alimentaria para finalizar con la calidad del hábitat. Eso está relacionado con una vida digna para nuestra gente y aparece reflejado anualmente en la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples, ahora elaborada por el Banco Central de Reserva a través de la Oficina Nacional de Estadísticas y Centros. Con estos y otros insumos, la Fundación para el Desarrollo de Centroamérica (FUDECEN) produce diversos informes al respecto en los cuales advierte que la desigualdad multidimensional se cuela en las casas, cuando en estas anidan siete o más privaciones relacionadas con veinte indicadores establecidos en las citadas dimensiones.

Así, pues, esta entidad reportó que en el 2022 el 26 % de los hogares nacionales vivían en pobreza multidimensional; ello equivale a poco más de quinientos mil, habitados por una cantidad de personas que asusta: casi dos millones. En dicho entorno, existen dos de esos indicadores preocupantes en cuanto a sus repercusiones negativas en la calidad de vida de la población. Primero están el subempleo y la inestabilidad laboral que, durante ese año, impactaron perjudicialmente al 64.5 % de los hogares; a lo anterior se añade la falta de protección por parte de un sistema de seguridad garante del bienestar social: el 68.3 % de los mismos no estuvo cubierto.

Además, entre otros, FUDECEN menciona los ingredientes del brebaje de desigualdades en lo concerniente a la seguridad financiera y el trabajo digno: debilidad institucional, insuficiencia de oportunidades laborales y deficiente generación de empleo, instituciones del mercado laboral débiles, instrumentos fiscales inefectivos para redistribuir el ingreso y un modelo económico para privilegiar a determinadas élites. De estos, no falta ninguno dentro de nuestra realidad lacerante para las mayorías populares.

Hay más datos preocupantes. Pero, mientras tanto, el mesiánico redentor y paladín de un pretendido “renacimiento” nacional ya decidió seguir instalado en Casa Presidencial hasta el 2029 -si bien nos va- pasándose por donde sea la Constitución. Y el pasado viernes 15 de septiembre declaró que ahora ya “somos un nuevo El Salvador con una nueva historia que empezamos a escribir desde el 2019”. Dijo que era este “el país de las maras”, “el país de las pandillas”; ahora ya es, deduciéndolo de su especial óptica, “el país de las maravillas”.

A propósito de “reescribir” nuestra historia patria, Nayib Bukele no debió publicar hace dos años un tuit deseándole “feliz cumpleaños” a esta comarca históricamente malograda y “a todas las repúblicas hermanas de Centroamérica”; no debió hacerlo pues entonces se arribó al bicentenario de la independencia de la región, dentro de la cual San Salvador ‒-no El Salvador-‒ era una de sus provincias. Por cierto, en el acta redactada el 15 de septiembre de 1821 se mandó expresamente publicarla “para prevenir las consecuencias que serían terribles, en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”.

Retomando los fantasiosos relatos presidenciales sobre la actualidad, hace unos días declaró que la Biblioteca Nacional construida con fondos chinos sería “la más grande y moderna de toda Latinoamérica”. Según información oficial, cubrirá un área de casi 24 000 metros cuadrados; de estos, cerca de 19 500 estarán arriba de la tierra y el resto debajo. Entonces, ¿qué con la Biblioteca José Vasconcelos en la Ciudad de México levantada en un terreno de alrededor de 38 000 metros cuadrados, con un área construida de más de 44 000?

Y acaba de estar en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, presumiendo no solo del “mejor café del mundo” sino también del secuestro de las instituciones al mejor estilo de la Cuba castrista. También de presidir el país latinoamericano “más seguro” y de la millonada de compatriotas que están a punto de retornar para instalarse en el mismo. Esas y otras fanfarronadas serán comentadas en su momento. Por ahora, vale más recordar las palabras del beato Rutilio Grande pronunciadas a solo unos días de su asesinato aún impune. “Todo lo arropamos con una falsa hipocresía y con obras suntuosas. ¡Ay de ustedes, hipócritas, que del diente al labio se hacen llamar católicos y por dentro son inmundicia de maldad!”.

Este también afirmó que de todo lo anterior y de lo que está por venir, nos debemos “salvar en racimo, en mazorca, en matata, o sea en comunidad”. A más de cuatro décadas y media, el papa Francisco también ha dicho que “nadie puede salvarse solo”. Por ello, salvar a El Salvador no está en manos de un “iluminado” sino del pueblo organizado al cual ‒-desde hace más de 200 años- le temen.