Muy moderna, parecía una oficina del Silicon Valley o un anexo del edificio de la sede de Apple, diseñado directamente por el propio Steve Jobs para adecuarse al espíritu de la nueva generación "sin corbata y en zapatos tenis" activa en los años setenta, y responsable de los cambios tecnológicos más importantes de la humanidad.
Suaves y contrastantes colores, grandes paredes transparentes, sitios de encuentro, singulares pupitres más adecuados para una moderna cafetería con wifi, que los repetidos, alineados y pesados de madera y metal que conocimos en nuestro tiempo de estudiante, con un profesor que tiza en mano escribía conceptos o esquemas sobre en verde pizarrón, y uno tomaba notas apresuradas para repasar luego en casa.
De modo que la arquitectura llamó mi atención, y luego el nombre: Instituto Kriete de Ingeniería y Ciencias (Instituto Key). Así que dejé a los astronautas para otra ocasión y me dispuse a averiguar de qué se trataba. En ese momento hablaba Roberto Kriete, a quién identificaba con la aerolínea Taca de El Salvador (de niño la relacionaba con los emblemáticos aviones de carga Douglas DC3 de Taca, muy conocida en aquel entonces en Venezuela, por lo que la tenía como una línea aérea venezolana, hasta que décadas después me la topé en Centroamérica con modernos aviones que cruzaban el Atlántico y el Pacifico compitiendo con marcas europeas y estadounidenses de las más renombradas.
El hecho es que describía el origen de la idea, y quien junto a uno de sus hijos, se dedicaron a darle forma el concepto de educación superior que querían implantar. Entendí que solo iba dirigido a mentes brillantes, estudiantes disciplinados y ambiciosos de buen cociente Intelectual; sin importar el origen, condición social, económica, religiosa o étnica. Por lo que cualesquiera que reuniese esas cualidades y no tuviere los medios económicos para cursar la profesión elegida, estaría en condiciones de ser beneficiado con una beca que cubriría entre un 40 y un 100 % del costo de su carrera. "¡Vaya!", me dije, eso es pensar en grande y a futuro.
E inició su presentación ante los numerosos invitados a la inauguración de esta manera: "Esta es una universidad elitista, más no clasista", y luego entendí a lo que se refería con lo de las mentes brillantes, abiertas al mundo, a la libertad, al libre mercado, a la calidad, no como casta sino como seres libres, cualificados, actuales y sin la carga del medioevo espiritual o el prejuicio social.
La mejor Universidad de la región, es el objetivo, respaldada por los mejores institutos tecnológicos de Occidente, incluyendo al prestigioso Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey.
Esto me llevó a la Venezuela de Carlos Andrés, en su primer gobierno (1974-1979) cuando creó el Programa de Becas Gran Mariscal de Ayacucho para enviar profesionales y bachilleres a estudiar en las mejores universidades e institutos tecnológicos conocidos, desde Estados Unidos hasta Alemania, desde Argentina a México, para cursar carreras tecnológicas; sin distinción alguna, solo un promedio de notas que variaba si eran procedentes de la provincia o de las grandes ciudades, egresados de institutos privados o públicos.
Hoy, no tenemos ni escuelas de párvulos funcionales. Emigran sus padres, emigran profesores, sus maestros y ellos mismos. Pasamos en Venezuela, de repente, de la luz del renacimiento a la oscuridad del medioevo. Recuerdo perfectamente las palabras de Chávez cuando destruyó PDVSA: “Aquí se acabó la meritocracia, acá ahora todos somos iguales”. Allí se selló nuestra suerte como nación.
Todo lo contrario a lo que se ha propuesto El Salvador actual: la búsqueda de la excelencia.
La presentación del Instituto Key para El Salvador y el mundo, contó con la presencia del presidente Nayib Bukele, que en su intervención final al igual que el empresario Roberto Kriete, hizo una afirmación que llamó inmediatamente mi atención por su actualidad, profundidad y alcance de ella, que describe los tiempos civilizatorios que vivimos, inmersos como nos encontramos en pleno cambio epocal. Quizá el cambio civilizatorio más significativo vivido por la humanidad desde el Renacimiento. Y que muchos, una buena parte insertos en el mundo occidental, se niegan asumirlo por miedo a lo desconocido, por la seguridad que se tiene en lo conocido o por temor a abandonar esa zona de seguridad que ofrece el dogma.
Pensábamos que los sesenta rompía definitivamente con el pasado, y en cierta medida fue así: el Mayo francés, Woodstock, la píldora anticonceptiva, la minifalda, la guerra de Vietnam, los Beatles, el viaje a la luna, la radio portátil, los derechos humanos, el Concilio Vaticano II ( que apenas ahora 60 años después, se asumen algunos cambios y percepciones aprobados allí).
La afirmación que hizo el presidente, al inicio de sus palabras, una vez expresado su total apoyo a la puesta en marcha de la moderna universidad fue la siguiente: “Ya el mundo no se divide en izquierda y derecha, se divide entre humanistas y extincionalistas”.
Esta frase en medio de un ambiente académico inserto en la Estación Espacial Internacional, de donde rescataron a los astronautas Suni Williams de ascendencia india, y Barry “Butch” Wilmore, quienes preceden los futuros viajes al planeta Marte, rompe definitivamente con los dogmas ideológicos, políticos o doctrinarios del pasado, que tanto daño hizo en El Salvador, y que actualmente diluye la nación venezolana en una inmensa diáspora sin territorio.
Lo que hay, dice Bukele son personas humanistas (acá entra un vocablo muy, muy amplio) y extincionalistas (vocablo que adoptaré para referirme a los dogmáticos, a los unidimensionales, los resentidos y canalizados hacia la destrucción o el nihilismo, ante la inexistencia de la oferta violenta del comunismo, y demás doctrinas masificantes y estatistas. Los zurdos los llama el presidente Javier Milei de Argentina, que son los kirschneristas a imagen y semejanza de los chavistas o maduristas venezolanos, que prefieren crear el caos antes que aceptar los cambios propuestos en plena libertad y legitimidad, Porque son los que extinguen la libertad, la cultura, el mérito, la libre competencia, de opinión, de mercado, de opción. Es lo de siempre, solo han variado los escenarios. Es la lucha entre la civilización y la barbarie, como bien escribió Domingo Faustino Sarmiento ya en el siglo XIX, aunque en otras dimensiones.
Por todo ello, optamos por el humanismo y no por el extincionalismo. Hay que insertarse sin miedo en el futuro, no quedarse en el pasado porque es también una manera de dejar de ser.
* Juan José Monsant Aristimuño, exdiplomático venezolano, fue embajador en El Salvador.