Ese repunte nos demuestra que la inseguridad que generan las pandillas es una constante amenaza para la vida de los salvadoreños. Su accionar ha secuestrado la tranquilidad y la paz de la ciudadanía. No hay límites para su perversidad y asesinan por igual a mujeres, hombres, niños, jóvenes o viejos en cualquier parte del país. Además son responsables de incontables desapariciones de personas y de las extorsiones de personas, negocios y empresas de todos los niveles.
Las pandillas son el principal obstáculo para la paz y el desarrollo nacional, un verdadero estigma para la sociedad salvadoreña, honrada y trabajadora en su inmensa mayoría.
Por eso combatir a esas bandas debe ser una prioridad gubernamental. Proteger a la ciudadanía es un deber prioritario y encontrar a los responsables de esta ola de homicidios, especialmente a aquellos que la han ordenado, debe ser fundamental para que el país no vuelva a caer en la espiral de violencia que suponíamos ir superando.
Las pandillas buscan infringir el mayor daño posible al Estado y a la población solo para favorecer sus intereses mezquinos y sus negocios ilícitos. Por eso también hay que golpear su estructura financiera. Ahí duele.
Esperemos que las autoridades tomen las medidas apropiadas para salir de esta situación y no volver a seguir contabilizando esta estela de luto y dolor en nuestra sociedad.