Un trabajador entrega alimentos a clientes en Madrid el 27 de marzo de 2020 en medio de un cierre nacional para combatir la propagación del coronavirus COVID-19. / Gabriel Bouys / AFP


En España, la cantidad de infectados por coronavirus se ha disparado en las últimas semanas y ya es el segundo país del mundo con más víctimas mortales, después de Italia. Juan Alcarria, de 67 años, es especialista en marketing y relata que junto a su esposa de 69 años se han encerrado y solo se comunican por teléfono con su hija y yerno, quienes se han contagiado.

Pasaron dos semanas y empezaron las primeras muertes en España. En la zona de Madrid el número de contagiados subió de forma espectacular y también de muertos, el gobierno presionando a las élites económicas y por otro, la lógica necesidad de controlar la epidemia decide el cierre de colegios y universidades y unos días después el estado de alarma, con la prohibición de movimiento, cierre de restaurantes, bares, espectáculos, empresas no esenciales y teletrabajo.

“Mi mujer y yo quedamos en casa a las afueras de Madrid, cercana a la zona del aeropuerto, y solo he salido yo una vez a llevar comida cocinada a mi hija a un pueblo muy cercano, ya que es enfermera en un Centro de Salud en Madrid y se contagió junto con su médico de sala, en la atención de los pacientes y en las visitas a domicilio de los mismos para su atención”, cuenta Alcarria.

Desde su encierro, el sexagenario dice que su hija infectada con COVID-19 tiene dos niños, uno de cinco y ocho años de edad, y su esposo, quien después de cinco días empezó a presentar síntomas de la enfermedad.

“En ambos casos están estables, no es por ahora, una infección fuerte y no necesitan asistencia médica, solo medicación de paracetamol para bajar la fiebre y el malestar, pero sin salir ninguno de casa y sin contacto con nadie”, dice el español.

Dice que, cuando ha llevado comida o medicina a su hija, la deja en la puerta de la casa y ha recurrido a hacer las compras del supermercado en línea, que también las dejan en la puerta. “No podemos vernos, solo hablar por teléfono”, manifiesta.

“Mi otra hija casada y sin niños es la que una vez a la semana nos trae la compra y sale con la máxima protección posible, guantes, mascarilla y gafas, con la precaución de quitárselas después sin contaminarse”, agrega Alcarria.