El 2 de diciembre se cumplieron 89 años del golpe de Estado en El Salvador que, en 1931, depuso al presidente Arturo Araujo quien había gobernado 9 meses después de unas elecciones libres y limpias. Estas, fueron auspiciadas por el presidente Pío Romero Bosque quien por ese hecho recibió el nombre de “Padre de la Democracia“.

El ingeniero Arturo Araujo, nacido en Santa Tecla, pertenecía a una familia acaudalada, estudió en Inglaterra y conoció la política del Partido Laborista Inglés y el movimiento Fabiano de llegar al socialismo democrático gradualmente, por etapas.

Araujo seguramente pensó en una vía salvadoreña a la socialdemocracia y quiso trasplantar ideas y acciones de cambio social en El Salvador propias de la socialdemocracia europea, concretamente del Partido Laborista del Reino Unido. Fundó el Partido Laborista y para su campaña presidencial fue acompañado por Alberto Masferrer, el escritor que pensó en darle a todo salvadoreño un Minimum Vital.

Masferrer, intelectual de varias facetas, mostraba en sus escritos gestos de rebeldía, protesta y preocupación por los desposeídos. Hizo la novedosa propuesta del Mínimum Vital y de esta manera tuvo preocupaciones comunes con Arturo Araujo. El Minimum Vital proponía a la patria “Procurar la satisfacción de las necesidades de todos sus hijos”, lo mínimo para tener salud, educación y justicia.

El ingeniero Araujo entró a la presidencia cuando el mundo estaba en una grave crisis económica, después del colapso de la Bolsa de Nueva York en 1929, seguida de la depresión económica a nivel mundial que agudizó el descontento del movimiento popular por la caida del empleo y los salarios. Estados Unidos fue golpeado en su economía y sociedad lo cual repercutió en los países cercanos y dependientes como El Salvador.

En paralelo a la campaña y prédica educadora de Araujo y Masferrer, de 1930-1931, el Partido Comunista, la filial del Socorro Rojo Internacional y otros izquierdistas con el líder Farabundo Martí, se movilizaban en pos de la revolución social que no llegó. Claramente, el liderazgo de estos movimientos estaba bien alineado con la Unión Soviética que tenía menos de dos decenios de existir y ya se disputada hegemonías geopolíticas con Europa y la naciente gran potencia de Estados Unidos de América. A las élites económicas y políticas de El Salvador no les gustaban los requiebros progresistas de Arturo Araujo, primado de los socialdemócratas utópicos en El Salvador, quienes, aprovechando el descontento popular agudizado por la crisis económica mundial, auspiciaron el golpe de Estado que derrocó al presidente Araujo.

Realmente Araujo y Masferrer hacían propuestas civilizatorias para modernizar al país y sacarlo de la barbarie política y del atraso social de larga data. Pero eso fue obstaculizado por un patrón de comportamiento de las élites que siempre cerraron salidas de cambio social y estabilidad política, priorizando optimizar ganancias y acumular bienes en detrimento de las mayorías.

El presidente constitucional fue sustituido por el llamado Directorio Cívico, integrado por 12 militares de varios rangos, que gobernó 48 horas al cabo de las cuales entregó la presidencia al general Maximiliano Martínez, teósofo y responsable de la archiconocida masacre de 1932. Martínez, como se le conocía en breve al dictador, gobernó con mano dura y cruel por 13 años, hasta mayo de 1944, y comenzó la dictadura militar que existió durante 48 años hasta el golpe de estado del 15 de octubre de 1979. Una Junta Revolucionaria cívico-militar multicolor, tomó posesión del gobierno después de un incruento golpe militar bien visto por el gobierno de Estados Unidos bajo la presidencia de Jimmy Carter.

El general Hernández Martínez era el vicepresidente de Araujo quien, en una política de alianzas, lo había incluido en su fórmula. Este general, usando un “tirar la piedra y esconder la mano”, orquestó el golpe para que le entregaran el poder a los dos días. O sea actuó como desleal y traidor, y preparó las condiciones para perpetrar la amargamente célebre matanza que nos ha signado por casi un siglo. Casi 90 años después de aquel golpe de estado pionero, la tragicomedia sin fin de El Salvador, continúa.