Esa madrugada había perdido su casa. Fue todo tan rápido. Entre ver el agua filtrarse por encima de las paredes del patio, y que colapsara el muro de contención pasaron solo unos minutos. Lo había perdido todo. Pero había algo que no encajaba y que me dejó sorprendido: su calma. No tenía ni casa, ni ropa, ni comida, nada, y no había perdido la serenidad. Agradeció la ropa y víveres que le llevábamos, nos presentó sus mascotas (que de milagro no se fueron con la correntada) y nos agradeció de una forma que uno siente que el beneficiado ha sido uno. Esa serenidad no era improvisada.


A Ernesto le pasó algo similar cuando falleció su esposa. Ya han pasado bastantes años de esto. Quienes llegaban al velorio salían reconfortados y animosos. Me admira verte tan sereno, le dijo un amigo. Esto no sale sólo así, contestó Ernesto, esto es trabajado.


Decía un viejo profesor a un profesor novato: “Cuando pienses que has perdido la paciencia con los alumnos, es apenas cuando comienzas a ejercerla”.


Hay actitudes ante la vida que sólo se hacen estables cuando llega lo que llamamos “prueba”. Es en la prueba donde damos lo mejor de nosotros. Las pruebas, las duras y las menos duras, son siempre una oportunidad para crecer o permanecer resignado y resentido ante la vida. Resiliencia, le llaman algunos. Pero no, es algo más profundo, porque incluso quien quizás llora, grita y patalea, puede crecer en esa capacidad de afrontar las dificultades de la vida y seguir adelante.


Cuando hay catástrofes, hasta los ateos vuelven a creer en Dios, aunque sea para retarlo a que si existe arregle las cosas.


Antonio sabía nadar, pero un alfaque es una cosa muy seria, y un alfaque fue lo que llevó a Antonio hasta mar adentro. No recuerda cómo, pero alguien lo llevó hasta la orilla. Luego supo bien la historia porque los que estaban viendo todo desde la playa se la contaron. Esa tarde, el día en que casi se ahoga, Antonio pasó largo tiempo contemplando el mar y dándole vueltas al hecho de que podría haber muerto ahogado. No es el único que ha experimentado algo igual.


Cuando hay catástrofes, hay algo dentro de uno que le obliga a detenerse y pensar en lo que está pasando. Es ese momento mágico en que se desempolvan los “porqués” que dan sentido a nuestra existencia, o bien, cuando se descubre que se está llevando una vida sin “porqués”, una vida sin sentido.


En medio de esta catástrofe natural causada por las lluvias, justo cuando llevamos más de 80 días en cuarentena, cuando ya no hay liquidez económica o el hambre ha pasado a ser compañero de vida, ahí es donde conviene detenerse a reflexionar (tarea no fácil si se hace con el estómago vacío) ¿por qué estoy aquí?, ¿cuál es el sentido de mi vida en este país, en este pasaje, en esta casa?


Juntos saldremos adelante. Juntos, siempre y cuando, quienes se unen son personas conscientes que esta vida vale la pena, pero no la vida que dan los lujos y las comodidades, que correntada de agua puede arrasar en cuestión de minutos; sino una vida que vale la pena porque cada uno de nosotros tiene algo que aportar al mundo.